La Euforia de los Suicidas
Por: Manuel Isidro Molina
Reto la conciencia de los diputados y diputadas a la Asamblea Nacional, ante el peligro histórico de la imposición de la monstruosa reforma constitucional propuesta por el presidente Hugo Chávez Frías, cuyo eje central es una mayor concentración unipersonal del poder.
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Veo una especie de euforia suicida, propia de fanáticos que buscan la muerte gozosos por su entrega. Veo exegetas del neogomecismo chavista, que antes quebraban lanzas por la libertad y los derechos individuales y colectivos de los ciudadanos y ciudadanas a una vida democrática y solidaria. Veo adulantes de un jefe-único, que ayer tremolaban banderas de inconformidad e iconoclasia.
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Los veo y no los reconozco, los siento lejanos e infinitamente desconfigurados, algunos con risa de tontos y otros rutinizados en los fugaces placeres de “la buena vida” que facilitan los altos estipendios legislativos y sus colaterales. Todos y todas aplaudidores, sin representación real del pueblo, pues vienen de ser elegidos por apenas un 18% del electorado que en diciembre de 2005, se abstuvo en un 75% y votó nulo en un 7%. Esta Asamblea Nacional carece de legitimidad para asumir la trascendencia de una reforma constitucional, cualquiera sea su naturaleza. Y en este caso, ante un zarpazo autocrático como el que pretende Chávez, sus integrantes no tienen ningún derecho a rubricar tal monstruosidad.
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Asistimos a una hora triste de la República, en la que unos pocos, con muy escasa representatividad, hacen coro parlamentario a un gobernante ególatra y perturbado por las ansias de poder, cuyo antecedente inmediato en Venezuela es el tirano Juan Vicente Gómez. Ni Eleazar López Contreras, ni Isaías Medina Angarita, ni Rómulo Betancourt, ni Rómulo Gallegos, ni Marcos Pérez Jiménez (el último de nuestros dictadores militares, ladrón y asesino como Gómez) concentraron tanto poder como Hugo Chávez. Nuestro actual presidente cree que Venezuela es un cuartel, y que su mando no tiene límite.
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No le es suficiente el poder que le confirió la Asamblea Nacional Constituyente en 1999, cuya hipertrofia presidencialista no ha sido suficientemente analizada. Gobierna como le da la gana –literalmente hablando-, hace e impone lo que se le va ocurriendo, sin un verdadero parlamento que evalúe la gestión de su gobierno ni ilustre el debate político o las sendas de desarrollo nacional. Gobierna solo, pero quiere más.
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Ese, en esencia, es el fin de la reforma constitucional propuesta. A Chávez no le basta el poder que concentra hoy; ni que la Asamblea Nacional, en su penúltimo acto suicida, le haya conferido poderes para legislar mediante decretos, en casi todos los ámbitos de la vida; ni que hoy, la Asamblea Nacional sea tanto como una oficina presidencial ad hoc, para todo asunto que él quiera resolver o legalizar.
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A él no le basta tener esa caricatura de parlamento a su servicio. Quiere más: posibilidad de reelección sin límite, aumentar el período presidencial a siete años, ratificar personalmente los acuerdos internacionales, arrebatarle poder político-administrativo a gobernadores y alcaldes, imponer una nueva organización político-administrativa de la nación, mandar directamente dentro de las unidades militares, ascender a los oficiales de la Fuerza Armada Nacional desde su más baja graduación (subtenientes), manejar las reservas internacionales del país y delinear la política monetaria, nombrar vicepresidentes para lo que se le ocurra y como se le ocurra.
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Lo de la jornada laboral de seis horas y el fondo de seguridad social para los trabajadores por su cuenta, no son más que vulgares anzuelos para ganar votos hacia el referéndum aprobatorio de la reforma; más que demagogia, maquiavelismo puro y descarado. Cada uno de los diputados y diputadas que con su voto den paso a esa monstruosa reforma constitucional, quedarán inscritos en esta historia de irresponsabilidad y genuflexión ante la voracidad, a ritmo de codicia, de un gobernante enfermo de poder. Desde ese punto de vista, Chávez es un psicópata; y ante él, los parlamentarios y parlamentarias se vienen prosternando. Eso quedará en la historia que andan, suicidas gozosos, escribiendo.
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DERROTARLOS EN EL REFERÉNDUM
DERROTARLOS EN EL REFERÉNDUM
La pluralidad social y política de Venezuela puede derrotar este atrevimiento antidemocrático, autocrático y militarista de Chávez y sus adulantes parlamentarios. Debemos derrotarlos. Ante tal monstruosidad política, la mayoría de nuestro pueblo debe activar todos los mecanismos de participación, discusión y decisión para propinarle la primera derrota política al presidente Hugo Chávez Frías.
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La imagino como una batalla decisiva de la ciudadanía consciente de la necesidad histórica de reaccionar masivamente contra el autocratismo militarista de Chávez y la irresponsabilidad del coro parlamentario que lo aplaude sumisamente.
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¿Cómo articular ese gran triunfo popular? Asistiendo masivamente, sin miramientos accesorios, al referéndum que será convocado por el oficialismo, posiblemente para diciembre próximo. Los derrotaremos con sus propias (ventajistas) reglas. Ni los abusos mediáticos del gobierno, ni la grotesca utilización de los bienes y recursos del Estado, podrán frenar la indignación de la mayoría popular venezolana ante el atrevimiento antidemocrático de Chávez.
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Esta vez, saldrá con las tablas en la cabeza: no obtendrá su reelección indefinida, ni más años para seguir gobernando tan irresponsablemente; no se convertirá en el jefe único de la Fuerza Armada Nacional, ni meterá sus manos en los ascensos de los jóvenes oficiales militares; no se meterá al bolsillo las reservas internacionales, ni la política monetaria. Esa posibilidad cierta lo enloquecerá, se bañará de soberbia, cometerá nuevos errores inadmisibles y tendrá que dejar el cargo. No es la primera vez, que un pueblo decidido, consciente y solidario derrota a un gobernante borracho de poder. En esa perspectiva, triunfaremos.
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