DEMAGOGOS Y CORRUPTOS
Por: Domingo Alberto Rangel
Los bolivarianos de Venezuela tienen dos debilidades contradictorias: la demagogia y el dinero. Hablan como Robespierre, pero proceden como Rockefeller. Los desvive un discurso digno de un Tribunal Revolucionario, pero sucumben a una cuenta numerada, no digamos en Suiza, que eso es muy lejos, en la modesta isla de Barbados. En un Congreso Internacional contra el recalentamiento de la corteza terrestre el bolivariano que represente a Venezuela habla como si fuera el más resuelto de los ambientalistas, acusando a las trasnacionales de la destrucción del planeta, lo cual no es óbice para que en la misma ciudad sostenga conversaciones con una trasnacional y reciba dádivas comprometedoras para que nuestro país haga la vista gorda con aquella mismísima trasnacional. Para resumir, el bolivariano típico habla como el Che Guevara, pero actúa como Carlos Andrés Pérez.
Hasta ahora, semejante contradicción, que sería capaz de volar, por su poder explosivo, a las pirámides egipcias, no ha ocasionado a los bolivarianos molestia alguna. Venezuela ha visto como un movimiento que en 1999 triunfó prometiendo una revolución, tiene hoy más ricos que los que tuvieron AD, Copei, MAS y Causa R juntos, en tiempos de uñas libres para tales partidos. La prosperidad petrolera iniciada en 1999 y que se ha incrementado con el paso de los años ha permitido que los bolivarianos hablen durante casi diez años como Lenin y procedan como Rockefeller. El actual régimen ha favorecido, en el mantenimiento de esa contradicción, que bajo otros cielos habría sido insostenible, la hipocresía de nuestra sociedad. Venezuela tiene, duele decirlo, pero callarlo equivaldría a claudicar, una hipocresía que nació en los tiempos coloniales y aún se mantiene.
Aquí, los mantuanos de haciendas en Barlovento o en los valles y costas de Aragua, ponían en los calurosos atardeceres de julio y agosto, a un esclavo a abanicarlos mientras ellos leían, meciéndose en una hamaca y sorbiendo tragos de la mejor champaña francesa, “El Contrato Social” o el “Discurso sobre la Desigualdad entre los Hombres”, de Juan Jacobo Rousseau. Los dueños de esclavos en Haití o en Cuba, para la misma época, jamás incurrieron en semejante hipocresía. Por ello aquí no han sido raros ni lo son aún hoy, los millonarios que arengan multitudes y luego depositan u ordenan depositar unos centenares de miles de dólares en algún banco de alguna islilla del Caribe, ya destacada como “paraíso fiscal”.
Esa tradición nacional de dueños de esclavos que sentían la necesidad de reconciliarse, en pura teoría, con Rousseau permite la existencia de un movimiento militarista, oligárquico y autocrático como el MVR, perdón, el PSUV que habla con el énfasis revolucionario de un Che Guevara y hasta tiene la avilantez de hacerle homenajes. A veces la cuerda de la hipocresía se estira hasta el límite de la ruptura. Eso acaba de ocurrir con el diputado bolivariano, Wilmer Azuaje, quien parece que, extremando en este caso las contradicciones, iba a pedir una investigación de los milagros que viene haciendo en Barinas el señor Argenis Chávez, quien detenta ya, según se cree allá, tres o cuatro hatos. No los tiene el señor Chávez, según parece, sino oportunos y sumisos testaferros que aparecen como los dueños, según divulga la prensa.
Si esta crónica sobre los cuatro hatos fuera cierta, los bolivarianos habrían realizado una de sus mejores obras en el terreno de la simulación. Tener varios hatos y no aparecer en ninguno de ellos como propietario es una obra maestra en el arte del disimulo. Sólo un fanático como Torquemada, animal de sangre fría e instintos emboscados, puede soportar la prueba de ser dueño de algo tan tentador como un hato y no aparecer como tal. En Barinas han podido desnudar esta situación porque la carne o la ambición son débiles. Y Argenis Chávez ha cedido a la tentación. Parece que en los últimos tiempos, cediendo al impulso pasional de la posesión, el señor Chávez ha pasado a ejercer él, en los cuatro hatos, las funciones de dueño. Cesó la hipocresía, pero llegó lo que Argenis Chávez debió descartar como riesgo, la acusación penal por enriquecimiento ilícito.
Wilmer Azuaje, que merece un monumento en el propio Pico Bolívar, ha acudido a un Tribunal de Barinas para acusar allí a Argenis Chávez de enriquecimiento ilícito y otros delitos. No sé si prosperará la acción judicial así emprendida, pero atreverse a acusar al hermano del presidente de la República, no importa que fines persiga Azuaje en lo personal o político, incluso los más torcido, ya compromete el respaldo de todos los que aquí tengan un mínimo de dignidad. Parece que Azuaje pensaba consignar el libelo contra Chávez en la Comisión de Contraloría de la Asamblea Nacional. Sería como situar la acción en un cementerio o destinarla a los fosos del olvido. La Asamblea Nacional es buena para escamotear, no para investigar, para escandalizar, nunca para proceder. Allí hay escándalos medidos con un barómetro infalible, sólo tienen suerte aquellos que favorecen al régimen, encontrando tribuna para retumbar los que redundan en su beneficio o de alguno de sus hombres. La Asamblea sirve para enterrar, no para sembrar.
El juicio promovido en Barinas por el señor Azuaje es clave o definitorio. Si la acción judicial llegare a prosperar, podría entonces solicitarse una investigación sobre el hato del ministro Rodríguez Chacín, sobre la fábrica de leche en polvo del hermano de Jesse Chacón y tantos otros casos que ahora no recuerdo. Obligar a los dueños de esclavos de hoy, que son dirigentes del Gobierno, a liberar al esclavo, es decir, castigar los posibles delitos y no pasarnos la vida haciendo inútiles denuncias sobre la eterna y renovada corrupción.
Los bolivarianos de Venezuela tienen dos debilidades contradictorias: la demagogia y el dinero. Hablan como Robespierre, pero proceden como Rockefeller. Los desvive un discurso digno de un Tribunal Revolucionario, pero sucumben a una cuenta numerada, no digamos en Suiza, que eso es muy lejos, en la modesta isla de Barbados. En un Congreso Internacional contra el recalentamiento de la corteza terrestre el bolivariano que represente a Venezuela habla como si fuera el más resuelto de los ambientalistas, acusando a las trasnacionales de la destrucción del planeta, lo cual no es óbice para que en la misma ciudad sostenga conversaciones con una trasnacional y reciba dádivas comprometedoras para que nuestro país haga la vista gorda con aquella mismísima trasnacional. Para resumir, el bolivariano típico habla como el Che Guevara, pero actúa como Carlos Andrés Pérez.
Hasta ahora, semejante contradicción, que sería capaz de volar, por su poder explosivo, a las pirámides egipcias, no ha ocasionado a los bolivarianos molestia alguna. Venezuela ha visto como un movimiento que en 1999 triunfó prometiendo una revolución, tiene hoy más ricos que los que tuvieron AD, Copei, MAS y Causa R juntos, en tiempos de uñas libres para tales partidos. La prosperidad petrolera iniciada en 1999 y que se ha incrementado con el paso de los años ha permitido que los bolivarianos hablen durante casi diez años como Lenin y procedan como Rockefeller. El actual régimen ha favorecido, en el mantenimiento de esa contradicción, que bajo otros cielos habría sido insostenible, la hipocresía de nuestra sociedad. Venezuela tiene, duele decirlo, pero callarlo equivaldría a claudicar, una hipocresía que nació en los tiempos coloniales y aún se mantiene.
Aquí, los mantuanos de haciendas en Barlovento o en los valles y costas de Aragua, ponían en los calurosos atardeceres de julio y agosto, a un esclavo a abanicarlos mientras ellos leían, meciéndose en una hamaca y sorbiendo tragos de la mejor champaña francesa, “El Contrato Social” o el “Discurso sobre la Desigualdad entre los Hombres”, de Juan Jacobo Rousseau. Los dueños de esclavos en Haití o en Cuba, para la misma época, jamás incurrieron en semejante hipocresía. Por ello aquí no han sido raros ni lo son aún hoy, los millonarios que arengan multitudes y luego depositan u ordenan depositar unos centenares de miles de dólares en algún banco de alguna islilla del Caribe, ya destacada como “paraíso fiscal”.
Esa tradición nacional de dueños de esclavos que sentían la necesidad de reconciliarse, en pura teoría, con Rousseau permite la existencia de un movimiento militarista, oligárquico y autocrático como el MVR, perdón, el PSUV que habla con el énfasis revolucionario de un Che Guevara y hasta tiene la avilantez de hacerle homenajes. A veces la cuerda de la hipocresía se estira hasta el límite de la ruptura. Eso acaba de ocurrir con el diputado bolivariano, Wilmer Azuaje, quien parece que, extremando en este caso las contradicciones, iba a pedir una investigación de los milagros que viene haciendo en Barinas el señor Argenis Chávez, quien detenta ya, según se cree allá, tres o cuatro hatos. No los tiene el señor Chávez, según parece, sino oportunos y sumisos testaferros que aparecen como los dueños, según divulga la prensa.
Si esta crónica sobre los cuatro hatos fuera cierta, los bolivarianos habrían realizado una de sus mejores obras en el terreno de la simulación. Tener varios hatos y no aparecer en ninguno de ellos como propietario es una obra maestra en el arte del disimulo. Sólo un fanático como Torquemada, animal de sangre fría e instintos emboscados, puede soportar la prueba de ser dueño de algo tan tentador como un hato y no aparecer como tal. En Barinas han podido desnudar esta situación porque la carne o la ambición son débiles. Y Argenis Chávez ha cedido a la tentación. Parece que en los últimos tiempos, cediendo al impulso pasional de la posesión, el señor Chávez ha pasado a ejercer él, en los cuatro hatos, las funciones de dueño. Cesó la hipocresía, pero llegó lo que Argenis Chávez debió descartar como riesgo, la acusación penal por enriquecimiento ilícito.
Wilmer Azuaje, que merece un monumento en el propio Pico Bolívar, ha acudido a un Tribunal de Barinas para acusar allí a Argenis Chávez de enriquecimiento ilícito y otros delitos. No sé si prosperará la acción judicial así emprendida, pero atreverse a acusar al hermano del presidente de la República, no importa que fines persiga Azuaje en lo personal o político, incluso los más torcido, ya compromete el respaldo de todos los que aquí tengan un mínimo de dignidad. Parece que Azuaje pensaba consignar el libelo contra Chávez en la Comisión de Contraloría de la Asamblea Nacional. Sería como situar la acción en un cementerio o destinarla a los fosos del olvido. La Asamblea Nacional es buena para escamotear, no para investigar, para escandalizar, nunca para proceder. Allí hay escándalos medidos con un barómetro infalible, sólo tienen suerte aquellos que favorecen al régimen, encontrando tribuna para retumbar los que redundan en su beneficio o de alguno de sus hombres. La Asamblea sirve para enterrar, no para sembrar.
El juicio promovido en Barinas por el señor Azuaje es clave o definitorio. Si la acción judicial llegare a prosperar, podría entonces solicitarse una investigación sobre el hato del ministro Rodríguez Chacín, sobre la fábrica de leche en polvo del hermano de Jesse Chacón y tantos otros casos que ahora no recuerdo. Obligar a los dueños de esclavos de hoy, que son dirigentes del Gobierno, a liberar al esclavo, es decir, castigar los posibles delitos y no pasarnos la vida haciendo inútiles denuncias sobre la eterna y renovada corrupción.
Etiquetas: colección vacas sagradas, Rodriguez Chacín
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