Contra la crisis de los de arriba, organización y acción de los de abajo
Por: Rafael Uzcátegui
Todos los analistas medianamente rigurosos coinciden en la alta vulnerabilidad de la economía venezolana para afrontar las consecuencias de la crisis económica mundial. La pregunta es obvia: ¿Por qué nuestro país será uno de los más afectados por los aprietos del sistema capitalista global, si se tiene una década construyendo al denominado “socialismo del siglo XXI”?. La respuesta, a su vez, es simple: porque, contradiciendo discursos y espectáculos, no ha caminado en una dirección diferente a la globalización economicista que ha primado en las últimas dos décadas en el planeta.
En efecto, Venezuela ha profundizado el rol asignado por el flujo de capitales: la venta, de manera “segura y confiable” de insumos energéticos a los mercados internacionales. De esta manera el país ha incrementado aun más su dependencia del consumo foráneo de nuestro petróleo, fundamento de la industrialización y desarrollo que ha cimentado la arquitectura capitalista planetaria después de la Segunda Guerra Mundial. Es por ello que en esta vigorización estatal de la extracción minera, las proclamas incendiarias acerca de la promoción de una economía “endógena” han mostrado los resultados conocidos, quedando como anécdotas folklóricas para el divertimento de la población. Es de sobra conocido que cada vez que el gobierno declara impulsar la “soberanía alimentaria”, aumenta la cantidad de alimentos importados, cuyo subsidio sólo es posible por la renta petrolera.
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Tras contar con la mayor bonanza económica de las últimas tres décadas, y prácticamente el control de todo el aparato político e institucional estatal, el gobierno bolivariano ha sido incapaz de promover transformaciones estructurales que merezcan a “positivo” como adjetivo, así como de elevar significativamente –y no solamente por la vía del consumo, que como sabemos es un indicador capitalista-, la calidad de vida de las mayorías. Como extensión de los defectos de la democracia representativa, y no como ruptura, el chavismo realmente existente ha repetido una tras otra las perversiones de gobiernos anteriores en épocas de bonanza fiscal: la instrumentación de una amplia red clientelar y populista, el agigantamiento del aparato burocrático institucional, el enriquecimiento súbito y grotesco de una nueva burocracia en el poder y el fomento de la corrupción a todos los niveles de la administración pública. Y es ahora, en época de vacas flacas, que pesarán los desmanes de todos los Juan Barreto y Diosdado Cabello que bajo la boina roja parasitan y roban en ministerios y gobernaciones.
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Como ya lo demostró el pacto chavista con Gustavo Cisneros, la crisis colocará en un segundo plano los enfrentamientos entre poderosos, quienes conciliarán sus intereses para que el trance sea pagado por l@s de abajo. El desdibujamiento del espectáculo polarizante brindará una oportunidad para que oprimidos y oprimidas podamos reconocernos de nuevo peleando por nuestros derechos, sin la mediatización de los auto-erigidos representantes mediáticos. En esta necesaria recomposición del panorama social los antagonismos se encauzarán a su dimensión real: o se toma partido por gobernantes, patrones y privilegiados o se apuesta por los que tienen todo por ganar.
En este contexto, el gobierno realiza una agresiva avanzada para afinar mecanismos de control sobre la sociedad y aumentar su concentración de poder. Aprovechando la conmoción e incertidumbre originadas por la debacle económica mundial, la excusa de la crisis le ofrece una oportunidad única de implementar medidas autoritarias y regresivas en derechos laborales, sociales y políticos. Como ya se ha dicho antes, la mejor manera de permanecer orientados y resistir al shock como política de Estado, es comprender la naturaleza y las causas de lo que nos está sucediendo. Y, en el caso venezolano, es el agotamiento de un modelo político –el caudillismo populista, los cambios decretados desde arriba- y económico – la dependencia petrolera- que lejos de superarse han sido oxigenados por el llamado “proceso bolivariano”.
Sin embargo, esta encrucijada es también un chance para la transformación real y profunda de nuestra sociedad. En donde l@s de abajo prescindamos de líderes providenciales y atajos, para construir poco a poco un vasto movimiento social, autónomo, beligerante y popular, ajeno de todos los partidos políticos y órganos del poder. Desmontando una a una las falacias pseudo-revolucionarias de la nueva burocracia estatal, a la vez que se rechaza la influencia y accionar de los partidos políticos herederos del pasado. Reconociendo todos los factores que limitan nuestra superación individual y colectiva y generando propuestas, no para la toma del poder, sino para su disolución en el tejido social. Promoviendo experiencias e iniciativas con las cuales ir generando, aquí y ahora, una cultura diferente. Tendiendo lazos y puentes horizontales y no coercitivos con todos los sectores en lucha.
¡Contra la crisis de los de arriba, movilización y hermanamiento de l@s de abajo!
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