Socialismo veneciano
Por: Alberto Barrera Tyszka
El Gobierno vive del copretérito. Pero igual sigue hablando de los pobres, de la gente que se muere en los hospitales.
No está mal esto de imaginarse al gordito Moore en boxer de rayas y franela blanca, tocando la puerta de la habitación del presidente Hugo Chávez. Se encontraban en Venecia y eran las dos de la mañana. Moore estaba, según cuenta, en su habitación, un piso más abajo, junto a su mujer, tratando de dormir. Pero la bulla no les permitía colarse en algún sueño. Por eso llamó a la recepción y se quejó. Por eso, un poco después, decidió subir él mismo, personalmente, a tratar de disolver la rumba.
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Así conoció al líder de la revolución bolivariana.
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Así, también, se hicieron amigos. Al menos eso es lo que ha dicho el cineasta Michael Moore en una entrevista para la televisión norteamericana.
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El Presidente lo saludó y lo invitó a una sesión de creación conjunta. "Botella y media de tequila" después, insiste Moore, ya tenían varias ideas sobre lo que podría decir Chávez ante la ONU. Lástima que Oliver no estuviera ahí. Con esta simpática escena podría comenzar la segunda parte de un nuevo documental.
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La segunda parte del caso también es refrescante. Velozmente, apareció esa reacción instantánea llamada Eva Golinger. Acusó al hasta ese momento valiente héroe de la resistencia cultural norteamericana de "cobarde" y de "palangrista". Le dijo farsante e hipócrita. Moore, si se enteró, quizás debió quedar desconcertado: ¿Toda esa alharaca por una simple pea? Porque, ciertamente, tanta indignación lo único que logra es levantar más sospechas. Golinger, más que un desmentido, es una consecuencia. Salta tan rápido y tan feroz que, de alguna manera, casi confirma la versión del cineasta: What is the problema? We were in the pachanga! Qué razón tendría Michael Moore para mentir, para producir todo ese relato largo y complicado, con habitaciones de hotel y discursos ante la ONU. Por supuesto que el método Golinger de reacción inmediata se puede disparar en directo, proponiendo que la CIA financió la entrevista, que el FBI le dio unos verdes para que mintiera sobre ese bonchecito en Venecia. Pero si resulta muy ingenuo pensar que los organismos de inteligencia norteamericanos recurran a eso, menos creíble aún resulta suponer que alguien de la inteligencia de Moore acepte un trato de ese tipo, en vez de usarlo como argumento de su próximo documental. Por más que los bolivarianos se irriten, esa madrugada con botella y media de tequila, con Chávez y Moore en plan de compinches, suena más verosímil, más real.
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Pero es vergonzoso, sí. Ellos también lo saben. Es inmoral.
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Y no porque sea éticamente reprobable pagar una habitación de hotel y sentarse a beber como si el alcohol fuera a pasar de moda. No. Es inmoral por todo lo que no está ahí, en esa habitación y en esas botellas. Por todo el pueblo y la miseria que supuestamente justifican ese momento. Por todas las venas abiertas que financian esas rumbas.
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Se trata del mismo presidente Chávez que increpa e insulta públicamente a los ricos, que habla con desprecio de los lujos, que anda por el mundo distribuyendo culpas, pretendiendo dar clases de conciencia social, promoviéndose como la sentida encarnación de los pobres del planeta... Dentro de su libreto no está esa escena que cuenta Michael Moore. Su guión, más bien, está lleno de otros efectos especiales, como el anuncio de la expropiación de campos de golf que hizo a través de la televisión siempre la televisión el domingo pasado.
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Sólo que los venezolanos ya hemos visto varias veces esa rutina actoral. Ya antes, el Presidente nos habló de convertir La Carlota en un gran parque público, abierto a todos los ciudadanos, y no en ese lugar al que sólo podían acceder unos pocos privilegiados. Pero nunca ocurrió mayor cosa. El único movimiento del que se tuvo noticia fue el inicio de la construcción de unos edificios residenciales, destinados a los miembros de la Fuerza Armada Nacional. El tiempo ha pasado y La Carlota sigue igual. Lo que han cambiado son los privilegiados.
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La lista podría ser larga.
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También nos íbamos a bañar en el río Guaire. La mismísima Jacqueline Faría, con su pareo, debería haber inaugurado, ya hace algún tiempo, una playita en Bello Monte o un moderno balneario en Petare. Pero nada. De la misma manera, el Palacio de Miraflores iba a ser una universidad... Lo mismo. Todo iba, todo era. El Gobierno vive del copretérito. Pero igual sigue hablando de los pobres, de la gente que se muere en los hospitales, de la falta de seguridad.
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Maldito capitalismo que nos está matando. Ser rico es malo cuando los ricos son otros. Ser pobre es bueno, también, si son otros los pobres. Todos queremos vivir el socialismo veneciano.
Etiquetas: Eva Golinger
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