El régimen de oprobioso de Bashar al Assad
Por: José Rafael López Padrino
Siria, a diferencia de Túnez, Egipto, Yemen y Libia, parecía inmune desde que comenzaron las protestas bautizadas como la “primavera árabe”. Las manifestaciones iniciales en Deraa en demanda de apertura, mayor libertad y mejores servicios, han dado paso a disturbios y revueltas cada vez más extendidos por todo el país (Damasco, Sanamein, Banias y Hama, entre otras), que ya piden la caída del régimen, a medida que la represión a manos de las fuerzas de seguridad y milicias controladas por el gobierno (los temidos shabiha) aumenta aceleradamente. Estas protestas han dejado centenares de fallecidos (más de 2000), según estimaciones de algunas organizaciones pro-derechos humanos y fuentes hospitalarias de ese país.
Siria es un país relativamente pobre, gobernado por un régimen autocrático y corrupto que mediante una militarización férrea de la sociedad ha eliminado todo vestigio de disidencia política. Solo existe un partido político, el Baaz (Partido Arabe Socialista), que representa el "partido líder en el Estado y la sociedad" de acuerdo al artículo 8 de la Constitución de ese país. Desde el 1963 (fecha del asalto al poder de la familia Assad), rige una ley de emergencia, la cual prohíbe la convocatoria de manifestaciones públicas, la libertad de expresión, la formación de partidos políticos y sindicatos, así como de otras organizaciones gremiales.
Los sirios luchan por la conquista de mayores libertades, en contra de la pobreza y la corrupción. Pero hay un factor adicional a tener en cuenta: el poder se concentra en manos de la minoría alauí (una rama del Islam chiíta), a la que pertenece el actual presidente, lo que genera resentimientos entre la comunidad suní, mayoritaria en el país. La familia Assad ha dirigido Siria apoyándose en la minoría alauita, una rama del islam próxima a los chiítas, considerada herética por los suníes. Los alauitas solo representan un 10% de la población, pero ocupan todos los puestos dirigentes tanto en política como en economía y en la milicia, lo que hace que tengan enfrentamientos a grupos salafistas y la animadversión de la mayoría suní.
Bashar al Assad sucedió a su padre, Hafez al Assad (quien estuvo en el poder 30 años). El joven dictador prometió en el año 2000 modernizar el país y sacar a la mayoría de sus habitantes de la pobreza, además de darles más libertades. Pero esa tímida apertura política y económica, conocida como la “Primavera de Damasco” e impulsada por un grupo de intelectuales, se vio frustrada muy pronto. El aparato represivo del régimen reprimió y encarceló a todos aquellos que de una u otra manera se habían identificado con la disidencia política. Miles de disidentes fueron arrestados y secuestrados en las mazmorras del gobierno sirio, sin haber sido sometidos a juicio alguno.
La segura caída de Al Assad tendrá amplias repercusiones en todo Oriente Medio. Desde Irán a Israel, pasando por Líbano, Turquía, Arabia Saudí e incluso Irak, todos se verán afectados. El primero Líbano, pues de una forma u otra, una Siria fuerte representa un elemento estabilizador y si la crisis desemboca en una guerra de facciones al estilo de Irak, también se vería arrastrado a ella. La posible llegada de los suníes al poder en Siria significaría la ruptura del equilibrio geopolítico de la región. Para la teocracia iraní supondría una sensible perdida de poder puesto que Siria es un elemento clave que permite a Irán el enlace con Hizbulá en Líbano, Hamás y otros grupos yihadistas en Gaza. Para el gobierno chiíta de Irak también es motivo de preocupación la posibilidad de verse rodeado por suníes. Por el contrario, Arabia Saudí vería con alivio la ruptura del eje chiíta. Por su parte el gobierno de Israel observa con cautela los acontecimientos en Siria. Si cae el régimen baazita planteará mayores problemas, puesto que Siria ha sido un “enemigo-amigable” que no ha puesto en peligro sus fronteras desde 1974.
Es necesario condenar al gobierno sirio y su oprobiosa dictadura, disfrazada de gobierno democrático. Basta ya de seguir utilizando la excusa de una supuesta lucha antiimperialista, esgrimida en forma repetitiva por el tte coronel y sus sargentones, para continuar apoyando a regímenes ignominiosos como el de Assad en Siria y a Gadafi en Libia.
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