La imposibilidad del Socialismo
Fuente: Liberalismo.org
El debate sobre la imposibilidad del socialismo nació con el artículo de Ludwig Von Mises “El Cálculo Económico en la Comunidad Socialista”, escrito en 1920. Durante las dos décadas siguientes, teóricos socialistas intentaron rebatir los argumentos del gran economista, siendo contestados por éste y su alumno Hayek. Nunca llegaron a atacar el problema fundamental planteado por los economistas austriacos.
En este libro de título tan poco prometedor, el catedrático español Jesús Huerta de Soto logra explicar estas cuestiones, con una claridad que ni el propio Mises en su “Socialismo” logra igualar. Es, por tanto, una referencia indispensable para todos aquellos que quieran entender por qué el socialismo es inviable y aprenda como se desarrolló históricamente este debate, incluyendo los argumentos de economistas comunistas como Oskar Lange.
La propiedad privada y el comercio permiten crear oportunidades de ganancia en el mercado. Una oportunidad de ganancia se produce porque existe una descoordinación: hay algo que los consumidores desean y no obtienen. El empresario ofrecerá ese producto, gracias a que tiene libertad y medios para lograrlo, y le pondrá un precio que le permita obtener ganancias. Esos precios actúan como señales: otros empresarios se darán cuenta de esas ganancias y competirán por obtenerlas, bajando los precios y beneficiando a todos, cuando en realidad sólo querían beneficiarse a sí mismos.
Pero esto tiene otra consecuencia: los medios de producción también son propiedad privada. Los recursos, la maquinaria, los trabajadores y, en definitiva, lo necesario para la producción, se trasladará hacia aquellos negocios más lucrativos y, por tanto, más necesarios, puesto que pagarán más por ellos. El uso racional de los recursos y el capital es lo que se denomina cálculo económico: la propiedad privada ha generado la información necesaria, a través del sistema de precios, que permite llevar las preferencias de los consumidores a los productores.
Mediante la abolición de la propiedad privada y el comercio libre, desaparece todo incentivo para producir y vender. Sin esos productos a la venta, no existe oferta ni, por tanto, intercambio en el mercado. Sin ese intercambio, no se crean precios en el mercado libre. Sin esos precios, no existe la información que permite conocer los intereses de los consumidores y la forma más eficiente de producir los bienes que consumimos. El socialismo, entendido como propiedad pública de los medios de producción, elimina la posibilidad de generar el conocimiento necesario para que la economía funcione. De hecho, en la URSS los precios oficiales consistían en la aplicación de múltiples fórmulas que tomaban como base los precios de mercado de los malvados países capitalistas. Incluso su incapacidad hubiera sido mayor si el capitalismo no le hubiera prestado una de sus mayores creaciones: el conocimiento que produce el mercado.
Por supuesto, la imposibilidad es, en este caso, relativa. Evidentemente pueden existir sistemas socialistas en tribus y otras organizaciones sociales pequeñas. Pero llevar dicho sistema a una sociedad más amplia llevaría a enormes problemas de coordinación y reducciones prácticas en la capacidad de la misma en la división del trabajo. Dicha sociedad no podría mantener ni el nivel de vida ni la población que existen bajo el mercado. El resultado es la pobreza y la hambruna, mayores cuanto más lejos se lleva el paradigma socialista, como sucedió en la Rusia de Lenin antes de la NEP o en la Camboya de Pol Pot.
La enseñanza básica de este espléndido libro es que las dificultades de los gobiernos comunistas no se debieron a que pervirtieran un noble ideal, ni a la extraña “casualidad” de que siempre llegaran al poder los peores. Hicieron lo que hicieron porque su sistema económico era y es completamente imposible de aplicar sin consecuencias desastrosas.
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