Pensamiento vs. ideología
Por Enrique Valiente Noailles
Fuente: LA NACION
No es necesario recordar -lo sabemos desde Aristóteles- que la política, como forma de mediación en una sociedad, es clave para que un pueblo autogestione su destino. La ideología es otra cosa. Bernard Crick decía, inclusive, que el partidario de la ideología sabe que los hábitos políticos son su gran enemigo.
La ideología -aunque sea un término difícil de definir- ejerce una forma de violencia interpretativa sobre lo real, es una producción de sentido que se quiere a sí misma irreversible. Su voluntad más profunda es la imposición de una interpretación del mundo, rigidez que contagia a sus hijos naturales políticos: no hay más que ver la forma que adquirieron los totalitarismos de izquierda y de derecha. La ideología, por naturaleza, está cerca del autoritarismo: como el Rey Midas, rigidiza todo aquello que toca.
Las ideologías son el quiste de las ideas, son las latas en conserva del pensamiento, que algunos prefieren todavía ingerir frente a la comida fresca. El pensamiento, por el contrario, al igual que la política, es flexible, está vivo, es adaptable y, sobre todo, se sabe reversible y mortal. Su propia vitalidad lo expone a la muerte, cosa que no ocurre con las ideologías, cuya dificultad para morir proviene tal vez del hecho que están ya muertas.
En realidad, quien adscribe a una ideología, adscribe a una peculiar forma de relación con la verdad. El problema de la verdad no se resuelve pensando que alguien tienen "su" verdad frente a "otras" posibles, como se dice vulgarmente. El problema yace en la comprensión de la noción de verdad misma, cosa que ha enfrentado el pensamiento de Hegel y Marx con el pensamiento de Nietzsche y Heidegger. No se trate de creer o no en la verdad: se trata de si se la comprende como adecuación a un fundamento que subyace, en un caso, o como libertad, en el otro.
La ideología, o una forma más libre de pensamiento, pueden también reflejarse en la vida. En la línea seguida por Foucault, suena interesante pensar, debatir y experimentar teóricamente como un modo de modificarse a sí mismo, más que como un modo de afirmarse siempre en el mismo lugar. De esta manera se gana una forma inédita de libertad frente a lo que pretende encerrarnos en una identidad inamovible, la misma libertad que experimenta una sociedad cuando no se ve sumergida entre epítetos y conceptos que nadan en formol.
Etiquetas: Liberalismo
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