Católicos y liberales de ayer y de hoy
Cuando se comparan los escritos de grandes autores católicos de siglos atrás con muchas de las declaraciones de la jerarquía eclesiástica de hoy sobre temas económicos, se nota poco progreso. Estos teólogos eran muy cuidadosos en diferenciar el ?ideal? de la realidad. Ahora que veremos declaraciones papales más frecuentes sobre temas como las ganancias, es útil volver a estos grandes autores para iluminar nuestros análisis.
Por: Alejandro Chafuen
Por: Alejandro Chafuen
Fuente: La Tercera
EL NUEVO estilo de comunicación papal está abriendo muchos campos de discusión. También alimentará debates que ya tienen varios siglos. Uno de ellos es el del catolicismo y el liberalismo económico.
En algunos países latinoamericanos se vuelven a repetir los debates que teníamos hace 30 años: ¿Se puede ser católico y liberal? Es bueno recordar algunos de los argumentos que en ese entonces usaron los católicos liberales para justificar su existencia. El padre español Enrique Menéndez Ureña, SJ, hacia fines de los años 70 y 80 comenzó a trabajar sobre este punto. Su trabajo culminó en un libro El Mito del Cristianismo Socialista (1984). En forma muy respetuosa abordaba la pregunta: ¿Si juzgamos al socialismo por sus objetivos, cómo se compara con sociedades más abiertas? Intelectuales laicos, de impecable ejemplo de vida católica, como el fallecido Rafael Termes, también cumplieron una labor profunda en la defensa de la libertad económica. Su libro El Poder Creador del Riesgo (1986) describe el marco adecuado de una economía libre, donde las ganancias premian la labor empresarial que anticipa correctamente las necesidades del mercado.
En Estados Unidos, Michael Novak abandonó su pasado izquierdista y escribió El Espíritu del Capitalismo Democrático (1982). Esta obra se convirtió en un libro clave para los católicos liberales. Desde entonces, Novak continuó con sus estudios y la admiración por los beneficios de las libertades económicas dentro del marco de las tradiciones católicas.
Los primeros grandes tratados sobre catolicismo y economía, durante los siglos XV y XVI, no fueron realizados por motivos ideológicos. No buscaban determinar si se puede ser católico y liberal. Los teólogos morales necesitaban responder preguntas tales como: ¿Se puede pecar vendiendo demasiado caro?, ¿es inmoral tener una ganancia exorbitante? Los teólogos juristas se preguntaban, ¿tiene derecho el gobernante a fijar precios? Los salarios y las ganancias, ¿son temas de justicia contractual o justicia distributiva?
Difícil encontrar un tema que sea más importante para los liberales que el de la propiedad privada. Los teólogos de los últimos siglos del medievo analizaban el significado del séptimo mandamiento: no robarás. Describían las formas justas de obtener, disponer y transferir propiedad y señalaban los problemas que creaba la propiedad en común.
En casi todos los temas la respuesta de los grandes doctores de la escolástica tardía era favorable a la libertad. El principio volenti non fit injuria (“no se comete injusticia con quien actuó voluntariamente”) era estudiado y aceptado en la mayoría de los casos. Pero el fraude, la coerción, el monopolio y hasta un cierto grado de ignorancia y necesidad extrema por parte de los actores, podría llevar a la injusticia de un intercambio aparentemente libre.
Hoy en día, en que se ataca nuevamente el lucro, vale la pena recordar las respuestas que en su tiempo brindaba san Bernardino de Siena. Si un mercader compra un bien en una provincia a un precio corriente de 100 y luego lo vende en otra donde su precio es 300, ¿es justa esa ganancia? Desde ya que sí; pero si el precio de mercado bajaba a 50, también es justo que pierda.
Ahora que veremos declaraciones papales más frecuentes sobre temas como las ganancias, la corrupción, la globalización y el dinero, los escritos de religiosos como san Bernardino pueden iluminar nuestros análisis. ¿Quiénes eran estas figuras y cuáles fueron sus contribuciones al desarrollo de la economía de mercado? La Siena del franciscano san Bernardino, y la Florencia de san Antonino tenían una riquísima vida cultural, social, política y económica. Las reflexiones de estos santos en temas de economía complementaron los escritos de Santo Tomás de Aquino y de otros precursores. Estos trabajos sentaron las bases del conjunto de ideas que, de la mano de Francisco de Vitoria, otro dominico ilustre, dieron el punto de partida a la “Escuela de Salamanca.”
Desde que san Ignacio funda la Compañía de Jesús en 1539-40, un grupo importante de sus miembros se suma a la reflexión sobre temas económicos. Entre los jesuitas más famosos están Domingo de Báñez, el confesor de Santa Teresa, Luis de Molina, Ludovico Lesio, Juan de Lugo, Antonio de Escobar y Mendoza, Juan de Mariana y Francisco Suárez. Sus reflexiones en temas económicos, y especialmente sobre temas políticos, le hicieron escribir a Lord Acton que “la mayor parte de las ideas políticas de Milton, Locke y Rousseau se pueden encontrar en las ponderosas obras en latín de los jesuitas, súbditos de la corona española como Lesio, Molina, Mariana, y Suárez”.
Fueron pocos los libros que se dedicaron enteramente a la economía. El tratado monetario de Juan de Mariana, publicado en 1609, es una de las grandes excepciones. Su lectura está llena de lecciones aun para el mundo de hoy. Fray Tomás de Mercado, que escribió un libro sobre el comercio y los contratos, hizo gran parte de los estudios en México.
Cuando uno compara los escritos de estos autores con muchas de las declaraciones de la jerarquía eclesiástica de hoy sobre temas económicos, se nota poco progreso. Estos teólogos eran muy cuidadosos en diferenciar el “ideal” de la realidad. En el tema del justo precio, por ejemplo, Domingo de Soto, el autor de uno de los libros sobre la justicia más famosos de su tiempo, declaraba que sería más fácil si el gobierno pudiese determinar los precios así como se puede determinar una medida de peso o de longitud. Pero como tal determinación era inconveniente y no conforme a la naturaleza, De Soto aceptaba la doctrina común que el precio justo es el precio de mercado. Este precio de mercado no es cualquier precio, sino es el precio determinado por estimación común en los mercados, pero sin monopolio, fraude o coerción. Estos autores atacaban la idea de que el gobierno determine un nivel de ganancia justa. La ganancia justa es la que provenía de comprar y vender a precios justos de mercado sin importar el nivel.
No todos los que tenemos la gracia de atarnos al catolicismo tenemos el mismo amor, entendimiento y respeto por la libertad económica. Los que nos sentimos parte de las dos tradiciones, tenemos muchas fuentes para nutrir una visión de la economía que ha ayudado como ninguna otra al progreso de la sociedad civil y al desarrollo de la persona humana.
EL NUEVO estilo de comunicación papal está abriendo muchos campos de discusión. También alimentará debates que ya tienen varios siglos. Uno de ellos es el del catolicismo y el liberalismo económico.
En algunos países latinoamericanos se vuelven a repetir los debates que teníamos hace 30 años: ¿Se puede ser católico y liberal? Es bueno recordar algunos de los argumentos que en ese entonces usaron los católicos liberales para justificar su existencia. El padre español Enrique Menéndez Ureña, SJ, hacia fines de los años 70 y 80 comenzó a trabajar sobre este punto. Su trabajo culminó en un libro El Mito del Cristianismo Socialista (1984). En forma muy respetuosa abordaba la pregunta: ¿Si juzgamos al socialismo por sus objetivos, cómo se compara con sociedades más abiertas? Intelectuales laicos, de impecable ejemplo de vida católica, como el fallecido Rafael Termes, también cumplieron una labor profunda en la defensa de la libertad económica. Su libro El Poder Creador del Riesgo (1986) describe el marco adecuado de una economía libre, donde las ganancias premian la labor empresarial que anticipa correctamente las necesidades del mercado.
En Estados Unidos, Michael Novak abandonó su pasado izquierdista y escribió El Espíritu del Capitalismo Democrático (1982). Esta obra se convirtió en un libro clave para los católicos liberales. Desde entonces, Novak continuó con sus estudios y la admiración por los beneficios de las libertades económicas dentro del marco de las tradiciones católicas.
Los primeros grandes tratados sobre catolicismo y economía, durante los siglos XV y XVI, no fueron realizados por motivos ideológicos. No buscaban determinar si se puede ser católico y liberal. Los teólogos morales necesitaban responder preguntas tales como: ¿Se puede pecar vendiendo demasiado caro?, ¿es inmoral tener una ganancia exorbitante? Los teólogos juristas se preguntaban, ¿tiene derecho el gobernante a fijar precios? Los salarios y las ganancias, ¿son temas de justicia contractual o justicia distributiva?
Difícil encontrar un tema que sea más importante para los liberales que el de la propiedad privada. Los teólogos de los últimos siglos del medievo analizaban el significado del séptimo mandamiento: no robarás. Describían las formas justas de obtener, disponer y transferir propiedad y señalaban los problemas que creaba la propiedad en común.
En casi todos los temas la respuesta de los grandes doctores de la escolástica tardía era favorable a la libertad. El principio volenti non fit injuria (“no se comete injusticia con quien actuó voluntariamente”) era estudiado y aceptado en la mayoría de los casos. Pero el fraude, la coerción, el monopolio y hasta un cierto grado de ignorancia y necesidad extrema por parte de los actores, podría llevar a la injusticia de un intercambio aparentemente libre.
Hoy en día, en que se ataca nuevamente el lucro, vale la pena recordar las respuestas que en su tiempo brindaba san Bernardino de Siena. Si un mercader compra un bien en una provincia a un precio corriente de 100 y luego lo vende en otra donde su precio es 300, ¿es justa esa ganancia? Desde ya que sí; pero si el precio de mercado bajaba a 50, también es justo que pierda.
Ahora que veremos declaraciones papales más frecuentes sobre temas como las ganancias, la corrupción, la globalización y el dinero, los escritos de religiosos como san Bernardino pueden iluminar nuestros análisis. ¿Quiénes eran estas figuras y cuáles fueron sus contribuciones al desarrollo de la economía de mercado? La Siena del franciscano san Bernardino, y la Florencia de san Antonino tenían una riquísima vida cultural, social, política y económica. Las reflexiones de estos santos en temas de economía complementaron los escritos de Santo Tomás de Aquino y de otros precursores. Estos trabajos sentaron las bases del conjunto de ideas que, de la mano de Francisco de Vitoria, otro dominico ilustre, dieron el punto de partida a la “Escuela de Salamanca.”
Desde que san Ignacio funda la Compañía de Jesús en 1539-40, un grupo importante de sus miembros se suma a la reflexión sobre temas económicos. Entre los jesuitas más famosos están Domingo de Báñez, el confesor de Santa Teresa, Luis de Molina, Ludovico Lesio, Juan de Lugo, Antonio de Escobar y Mendoza, Juan de Mariana y Francisco Suárez. Sus reflexiones en temas económicos, y especialmente sobre temas políticos, le hicieron escribir a Lord Acton que “la mayor parte de las ideas políticas de Milton, Locke y Rousseau se pueden encontrar en las ponderosas obras en latín de los jesuitas, súbditos de la corona española como Lesio, Molina, Mariana, y Suárez”.
Fueron pocos los libros que se dedicaron enteramente a la economía. El tratado monetario de Juan de Mariana, publicado en 1609, es una de las grandes excepciones. Su lectura está llena de lecciones aun para el mundo de hoy. Fray Tomás de Mercado, que escribió un libro sobre el comercio y los contratos, hizo gran parte de los estudios en México.
Cuando uno compara los escritos de estos autores con muchas de las declaraciones de la jerarquía eclesiástica de hoy sobre temas económicos, se nota poco progreso. Estos teólogos eran muy cuidadosos en diferenciar el “ideal” de la realidad. En el tema del justo precio, por ejemplo, Domingo de Soto, el autor de uno de los libros sobre la justicia más famosos de su tiempo, declaraba que sería más fácil si el gobierno pudiese determinar los precios así como se puede determinar una medida de peso o de longitud. Pero como tal determinación era inconveniente y no conforme a la naturaleza, De Soto aceptaba la doctrina común que el precio justo es el precio de mercado. Este precio de mercado no es cualquier precio, sino es el precio determinado por estimación común en los mercados, pero sin monopolio, fraude o coerción. Estos autores atacaban la idea de que el gobierno determine un nivel de ganancia justa. La ganancia justa es la que provenía de comprar y vender a precios justos de mercado sin importar el nivel.
No todos los que tenemos la gracia de atarnos al catolicismo tenemos el mismo amor, entendimiento y respeto por la libertad económica. Los que nos sentimos parte de las dos tradiciones, tenemos muchas fuentes para nutrir una visión de la economía que ha ayudado como ninguna otra al progreso de la sociedad civil y al desarrollo de la persona humana.
Etiquetas: Liberalismo
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