Venezuela: No acostumbrarse al horror
Por: Antonio Pasquali - Escritor, Educador, Comunicólogo
Fuente: Gentiuno
Email apasquali66@yahoo.com
Durante la carnicería final que precedió la liberación de Argelia, la gente entraba al cine saltando sin mucho miramiento sobre cadáveres tirados en el suelo. Es el lado espantable de los hábitos. Minimizando la conciencia moral para soportar lo insoportable, los humanos nos resignamos a convivir con horrores, aberraciones y dictadores. Bolívar previno a la humanidad contra tales acostumbramientos y las patológicas empatías víctima-verdugo que crean: "Nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo en un mismo ciudadano el poder. El pueblo se acostumbra a obedecerle y él se acostumbra a mandarlo, de donde se origina la usurpación y la tiranía".
¿Será acaso la Mesa de Unidad la más ilustre víctima de esa paralizante y secreta fascinación por el déspota? Avanza raudo el implante de un comunismo real, y nada; Túnez, Egipto y Yemen envían clamorosos avances de lo que 52% de los venezolanos desearía reproducir acá, y allí no hay quien lea la señal; a Chávez se le ha exacerbado la verborrea, les habló encima por más de siete horas en la Asamblea, y la MUD mutis por el foro. De seguir con tan circunspectos equilibrismos, otros actores terminarán por remplazarla.
Muchas empatías patológicas se resuelven el día en que la víctima, en un sobresalto de conciencia, se zafa de su íncubo y denuncia al victimario.
La actual aceleración hacia la dictadura puede inducir más fatalismo o desencadenar el sobresalto curativo; procede, pues, suscitar un proceso masivo de desacostumbramiento al horror, dar libre salida a aquel "pensamiento negativo" que mueve la historia, teorizado por Adorno y otros bajo el lema "lo que es debe ser negado". El día en que Venezuela amanezca desalienada y convencida de que esta destrucción capilar del país a mano de dinosaurios políticos es definitivamente un horror, ese mismo día hallará la fórmula para acabar con la pesadilla.
¿Cómo nos hemos podido acostumbrar a que un militar, dilapidando 1 billón de dólares y violando la Constitución, nos imponga un régimen que fracasó en 46 países y causó 100 millones de muertos, o a sus cotidianos vituperios e incitaciones al odio, a su "gas del bueno" para todo el que se mueva, sus avisos de que "habrá guerra" si la oposición gana, su "defensores de carroña" al estudiantado democrático, su cambio de reglas electorales a cada elección para ganar siempre; su concepción del progreso condensada en su slogan: "A mí me gusta un rancho, pero bien hecho", más el de su presidenta del TSJ: "El conuco es la forma más perfecta de producción", más las deposiciones de su Asamblea de que los supermercados (inventados por las civilizaciones semitas hace 4.000 años) son "la expresión del capitalismo opresor"? ¿Cómo nos hemos acostumbrado a tanto horror en un país que a estas alturas ha podido ser la Suecia de Latinoamérica? Algunos hábitos masoquistas han calado hondo, como la resignación a que Chávez, el capataz mediático, nos gobierne por telenovela y nos adoctrine en cadena; más de 2.000 abusos de posición dominante en 12 años, con violación de emisora ajena, privación de libertades individuales y creación de estado de peligro por dejar al país entero desconectado del flujo normal de informaciones hasta por 8 horas. ¿Qué sucedería, Dios no quiera, si una de sus alocuciones impidiese informar tempestivamente a la población de algún desastre natural o humano en curso? El más grave hábito concierne, obviamente, a la inseguridad, nuestra conversión en país más violento de la Tierra. Chávez la "descubre" muy tarde y pía desde su nivel cero de credibilidad que "es responsabilidad de todos". Él terminará juzgado por no-prestación de ayuda a la sociedad en peligro.
Esos muertos son casi todos del cerro, allí donde Chávez debería desplegar a sus milicianos como lo hizo Lula para que baje el número de madres que lloran al hijo asesinado. No lo ha hecho porque el cerro, reservorio de su imagen de Robin Hood, le provee la mayoría de sus votos y sus milicias armadas. ¡El horror puro!
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