El Terror de los Yanomamis
Condena a Europa por el genocidio indígena, pero su gobierno repite la historia
Hace cuatro años y en un discurso que no cesa de reiterar, generalmente cada 12 de octubre, Hugo Chávez pontificó sobre "el genocidio indígena" que habrían consumado los españoles luego de su descubrimiento del continente. A partir de la llegada de Colón y durante los tres siglos de la conquista y de la Colonia, el Imperio Español habría diezmado a los originarios habitantes del continente en un número de "95 millones", cifra que representaba, siempre con Chávez, el 95% de total de la población indígena.
Flamígero y muy autóctono en su papel de cobrizo mestizo, Chávez ha clamado por justicia ante ese holocausto poscolombino que puede tener visos de verosimilitud, tal y como también lo tiene la leyenda negra sobre el comportamiento poco cristiano de los indios antes de la llegada de Colón (en realidad no podía ser de otra manera si consideramos que fue el Almirante genovés quien trajo la cruz a bordo de sus carabelas). No obstante, el indignado clamor de nuestro adalid de las causas perdidas no pasa de una declaración que, al final, nunca podrá remediar el atroz crimen colectivo sostenido a lo largo de los siglos, pero suena bien y es políticamente correcto (desde su perspectiva) aunque con el tiempo, como está ocurriendo, se le devuelva con exacta puntería: "Europa debe pedir perdón por el genocidio indígena".
Pues bien, el presidente que rescató del olvido (al menos verbalmente) a nuestra siempre marginada población aborigen, el indigenista que ofreció devolverles las tierras arrebatadas por el hombre blanco y restituirles su condición humana (negada con mayor vehemencia por los herederos criollos de los españoles), debería pedir perdón por los 80 indígenas que habrían sido asesinados de las más variadas y peores maneras en la selva de Amazonas.
Pero no sólo pedir perdón sino hacer justicia, suprimir la demagogia barata, dar con los culpables y castigar a los responsables de las Fuerzas Armadas que no sólo no custodian la cacareada soberanía territorial, sino que parecen sentir total y absoluta indiferencia ante las denuncias de la masacre. Pero, ¿cómo pedirle al mestizo de cobriza tez que cumpla su papel como máxima autoridad si la ministra encargada del asunto, india de pura cepa, ni siquiera se da por enterada de lo ocurrido?
Es lo mismo de siempre. Si los 80 muertos en accidentes de trabajo de Pdvsa, ocurridos en estos 14 años, se materializaron en la fúnebre advertencia de Amuay, el asesinato impune de 13 yanomamis, en el 2004, también a manos de esa plaga llamada garimpeiros, constituyó la alarma que debía haber agitado la aletargada fe de justicia étnica en quien parece haberse convertido en el terror de los indígenas, diezmados con tanta o más saña que durante el dominio del Imperio Español.
rgiusti@eluniversal.com
Flamígero y muy autóctono en su papel de cobrizo mestizo, Chávez ha clamado por justicia ante ese holocausto poscolombino que puede tener visos de verosimilitud, tal y como también lo tiene la leyenda negra sobre el comportamiento poco cristiano de los indios antes de la llegada de Colón (en realidad no podía ser de otra manera si consideramos que fue el Almirante genovés quien trajo la cruz a bordo de sus carabelas). No obstante, el indignado clamor de nuestro adalid de las causas perdidas no pasa de una declaración que, al final, nunca podrá remediar el atroz crimen colectivo sostenido a lo largo de los siglos, pero suena bien y es políticamente correcto (desde su perspectiva) aunque con el tiempo, como está ocurriendo, se le devuelva con exacta puntería: "Europa debe pedir perdón por el genocidio indígena".
Pues bien, el presidente que rescató del olvido (al menos verbalmente) a nuestra siempre marginada población aborigen, el indigenista que ofreció devolverles las tierras arrebatadas por el hombre blanco y restituirles su condición humana (negada con mayor vehemencia por los herederos criollos de los españoles), debería pedir perdón por los 80 indígenas que habrían sido asesinados de las más variadas y peores maneras en la selva de Amazonas.
Pero no sólo pedir perdón sino hacer justicia, suprimir la demagogia barata, dar con los culpables y castigar a los responsables de las Fuerzas Armadas que no sólo no custodian la cacareada soberanía territorial, sino que parecen sentir total y absoluta indiferencia ante las denuncias de la masacre. Pero, ¿cómo pedirle al mestizo de cobriza tez que cumpla su papel como máxima autoridad si la ministra encargada del asunto, india de pura cepa, ni siquiera se da por enterada de lo ocurrido?
Es lo mismo de siempre. Si los 80 muertos en accidentes de trabajo de Pdvsa, ocurridos en estos 14 años, se materializaron en la fúnebre advertencia de Amuay, el asesinato impune de 13 yanomamis, en el 2004, también a manos de esa plaga llamada garimpeiros, constituyó la alarma que debía haber agitado la aletargada fe de justicia étnica en quien parece haberse convertido en el terror de los indígenas, diezmados con tanta o más saña que durante el dominio del Imperio Español.
rgiusti@eluniversal.com
Etiquetas: Masacre Yanomami
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