Eichmann y Jorge Rodríguez
Por: Orlando Ochoa Terán
Fuente: Soberanía
El rostro de Jorge adquiere con frecuencia esa expresión facial semejante a la de Adolfo Eichmann cuando explicaba, que la seguridad del Estado estaba por encima de la ley o de cualquier consideración moral.
Jorge Rodríguez es la personificación bolivariana de la teoría de “la banalidad del mal”
Algo que llama la atención de la puesta en escena de este último “complot y magnicidio” es que se haya escogido a Jorge Rodríguez como vocero del desaguisado. El alcalde no sólo ha actuado como vocero sino, por implicación, como el artífice de la “investigación” pese a haber un titular de Relaciones Interiores facultado por ley para investigar, sustanciar y probar cualquier amenaza contra la seguridad del Estado. ¿Qué razones pudo haber tenido Maduro para negarle este espectáculo a Rodríguez Torres, el más locuaz y compulsivo exhibicionista de la revolución?. Veamos.
Como el gobierno bolivariano no se caracteriza por someter sus decisiones de Estado al método socrático, detrás de esto debe haber una gran simplicidad. Rodríguez Torres será egocéntrico pero no tonto, de modo que, al tanto de los detalles infantiles de la zarzuela de El Aissami se negó a ser el vocero y a respaldarla con frialdad. Desde hace años en el Sebin y ahora como ministro, Rodríguez Torres ha seguido la errática trayectoria de El Aissami y nadie como él conoce mejor como le funciona el cerebro de chorlito del gobernador de Aragua.
Entonces ¿por qué Jorge Rodríguez? Tiene que ver con la condición humana y en esto Maduro tiene posgrado en la universidad de la calle y sabe que el socio de Smartmatic es el perfecto boy scout de la revolución, “siempre listo”. Y no se equivoca, Jorge Rodríguez es la personificación bolivariana de la teoría de “la banalidad del mal” que la filósofa alemana-judía, Hannah Arendt concibió cuando presenció el juicio que se le siguió en Jerusalén al nazi Adolf Eichmann.
Obediencia ciega
Eichmann fue el encargado del aparato burocrático de la Solución Final, a cargo de organizar, clasificar, registrar y transportar a los Campos de Concentración a millones de judíos. El Mossad secuestró a Eichmann en Buenos Aires en 1961 y lo llevó a Jerusalén para ser juzgado. Con una convicción impresionante, a lo largo de todo el juicio, Eichmann sostuvo que no era antisemita sino que formaba parte de una maquinaria, de un sistema que le impuso una tarea y un deber que cumplió con eficacia y disciplina porque así lo imponía la ley nazi.
Se podría decir que Arendt concluyó que Eichmann no era un ser humano intrínsecamente malo o un pozo de maldad. No encontró en sus antecedentes señales de antisemitismo. No condonó sus actos o afirmó que era inocente pero aseguraba que no estaba dotado de esa enorme capacidad para perpetrar actos de crueldad como proclamaban todos los medios. Eichmann, según Arendt, era una pieza de un sistema que imponía obediencia ciega para ascender y ser reconocido y que sólo cumplía órdenes sin medir las consecuencias aunque estas fueran de exterminio de seres humanos. No era un demonio. Quizás un payaso o un mediocre, pero no Satán.
Jorge ¿el malo?
A nuestro modo de ver esta teoría encaja con la contradictoria y perturbada personalidad de Jorge Rodríguez quien nunca ha reconocido, muy probablemente ni consigo mismo, su incoherente y humillante actuación de “independiente” en el CNE con la inmediatez de lacayo bolivariano presto a justificar o defender cualquier acto bochornoso que una autoridad superior le impusiera. Conforme a la concepción convencional que tenemos de responsabilidad, Eichmann fue responsable de homicidios como Jorge Rodríguez es responsable de los desafueros bolivarianos sin tener que haber torturado o asesinado a nadie.
Los actos de Eichmann como los de Rodríguez no son disculpables o inocentes, pero no fueron cometidos por padecer de una intrínseca crueldad sino porque devinieron en simples operarios de un sistema sin medir las consecuencias de sus actos. Sólo cumplen órdenes. “La tortura, la ejecución o la práctica de actos «malvados», señala Arendt, no son considerados por ellos a partir de sus efectos o de sus resultados finales, con tal que las órdenes para ejecutarlos provengan de estamentos superiores”.
Desde Aristóteles y Platón, reflexiona Arendt, el acto de pensar es un diálogo silente con uno mismo. Pero algunos seres humanos normales lo delegan a un funcionario superior al tiempo que rehúsan ser personas. Declinan voluntariamente esa manifiesta y definida cualidad de los seres humanos de pensar y en consecuencia los incapacita para ejercer juicios morales. Esta incapacidad crea la posibilidad de que hombres ordinarios, como Jorge, cometan delitos sin sentirse responsables y se presten a cualquier farsa que le ordene esa superioridad. Para la filósofa Arendt, la manifestación del pensar no es conocimiento sino capacidad para escoger entre el bien y el mal. Este fenómeno lo llama Arendt la “banalidad del mal” para describir a individuos que se entregan a las reglas del sistema a que pertenecen y se niegan a reflexionar sobre sus actos.
Por eso no estamos de acuerdo con algunos exacerbados opositores que enjuician a Jorge en dos extremos, como un demonio o como un idiota. Nada más lejos de la personalidad del alcalde. Jorge es un ser humano normal con la ventaja de tener la formación de siquiatra que sin duda le facilitó la tarea de bloquear ese diálogo consigo mismo para delegarlo en Maduro, Diosdado o a cualquier otro de la nomenclatura bolivariana que lo libre de ese ejercicio agotador de pensar que declinó ejercer cuando llegó a las puertas del CNE.
No sabemos si es una exageración de nuestra parte pero el rostro de Jorge adquiere con frecuencia esa expresión facial semejante a la de Adolfo Eichmann cuando explicaba, que la seguridad del Estado estaba por encima de la ley o de cualquier consideración moral.
Etiquetas: Fascismo, Hannah Arendt, Smartmatic, totalitarismo
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