La diputada Cilia Flores, esposa de Maduro, cabeza del narcotráfico en el Caribe para EE UU
Por: Martín Prieto.
Fuente: La Razon ESPAÑA
El título obsecuente y cortesano de «Primera Dama» otorgado a Cilia Flores, esposa de Nicolás Maduro, bien que resulta bastante cursi, y mirando a la «scort» eslovaca de Donald Trump, hasta sonrojante. El metalenguaje chavista no podía hurtarse a la manipulación de las palabras y Cilia Adela Gavidia Flores, segunda esposa del autócrata venezolano Nicolás Maduro, pasó a nominarse Primera Combatiente; y quizá la última de lo suyo. Escrito sea en honor de la condición femenina, pocas han sido las mujeres contemporáneas (de la mitad del XX a hoy) que han trepado a la satrapía de sus maridos, compañeros, amantes, parejas indispensables del coito, o lo que fuere. La mayoría histórica de las mujeres poderosas lo han sido por sí mismas y de las adjuntas a la autocracia destaca, por más que olvidada, Jiang Qing, dos veces casada, cuarta esposa de Mao Zedong, bailarina y actriz de algún talento en su juventud, comunista desde la Larga Marcha y devota de la máxima «el sexo es importante solo cuando te lleva al poder». A mediados de los 60, el Gran Timonel estaba muy perjudicado por sus excesos, según las memorias de su médico exiliado. Madame Mao, liderando la «banda de los cuatro», una camarilla en la espiral de la demencia, usó por diez años el poder vicario para aterrorizar el país, tenerse por la mujer más odiada de China y arrastrar 35.000 ejecuciones por orden personal, según el cálculo beatífico de las actuales autoridades chinas. Condenada a muerte tras el óbito de Mao, se ahorcó (o la ahorcaron) en el hospital donde se trataba de un cáncer de garganta.
El matrimonio Ceausescu fue espejo en Rumanía del «dos cabalgan juntos» o «tanto monta, monta tanto». Elena Petrescu y su marido aunaron juntos la pamema de una Rumanía ajena a la soberanía limitada de Brezhnev para los países satélites e interesada por relacionarse con Occidente como nación soberana, mientras derribaban todo el centro de Bucarest para levantar un desmesurado Palacio de Gobierno mientras construían casas baratas para proletarios con un solo retrete y cocina comunes por cada planta. Los militares les ejecutaron contra una pared tras un juicio sumarísimo, secreto y de utilería. La campesina madame Ceausescu se licenció en Ingeniería Química, de peor manera que algunos del máster de la Rey Juan Carlos: catedráticos despedidos, tribunales disueltos y exámenes privados, a puerta cerrada y sin preguntas. Viceprimera ministra, se hizo con el control de la petroquímica rumana. De su carácter da fe su visita matrimonial a Adolfo Suárez. Puso una excusa para ausentarse de una reunión en Moncloa y un fontanero del presidente la descubrió en el despacho de Suárez fingiendo subirse las medias mientras abría los cajones. En el palacio de respeto para autoridades internacionales puso cámaras de audio-vídeo en las alcobas y nuestro coronel Perote, entonces en servicios de espionaje, hubo de negociar en Bucarest la repatriación de cintas que afectaban a españoles. El general Juan Domingo Perón no fue estrictamente un dictador pero llevó a Argentina el fascismo criollo tras su agregaduría militar en la Roma de Mussolini. Ganó siempre sus elecciones más o menos limpias pero nunca contó con la oposición y en su demagogia caudillista se hizo alabar hasta el rubor ajeno. Su segunda mujer, Eva Duarte, actriz de radioteatro, hija natural como él, se quemó en una pasión de rencor social contra las clases cultas y bien de Buenos Aires y Córdoba y la oligarquía agrícola-ganadera, a quienes humilló con desplantes de fulana tanguista. La peronista Confederación General del Trabajo la postuló para vicepresidenta ante el enojo del general. En la quinta presidencial de Olivos, por una puerta entreabierta, Perón la susurró cruel: «Tenés cáncer, chinita. Tenés cáncer»; derrumbándola en llanto. Su cadáver, embalsamado por el español Pedro Ara, fue violado por militares necrófilos o enfermos de odio. Hoy yace en un panteón de pudientes en La Recoleta porteña, con ascensor e hilo musical. Fue una primera combatiente cubierta de pieles y joyas.
Cilia de Maduro, segunda esposa del secuestrador de la democracia venezolana, podría tener más responsabilidades por los crímenes comunes perpetrados por el pasmarote de su camarada chavista, ya que puso falsilla legal a todos los despropósitos de asalto al poder absoluto del graduado en Cuba en agitación política. Esta mujer menuda, con gafas de ratón de biblioteca, de tinte cambiante para el pelo, es licenciada en Derecho penal y laboral, ocupó los cargos necesarios para la sustentación de su cónyuge: procuradora general de la República, presidenta de la Asamblea Nacional y hoy diputada de la asamblea constituyente que suplió a aquélla por arte de magia. Amante de la familia, colocó a 42 parientes en la Asamblea que presidió.
La Primera Combatiente figura en el listado del Departamento del Tesoro estadounidense como figura destacada de corrupción internacional y la DEA la considera cabeza del narcotráfico en el Caribe. Cerca le quedan émulas combatientes como Rosario Murillo, «La Chayo», vicepresidenta de Nicaragua por la gracia de su esposo, el comandante Ortega, presunto violador de una hija anterior de aquella. Extravagante y autoritaria, Murillo manda plantar en Managua arboles de la vida para dar energía a los viandantes mientras el Ejército sandinista dispara contra los jóvenes. «Cherchez la femme».
Etiquetas: Cilia Flores, NarcoFlores, Nicolas Maduro
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