Un Cuento Eclesial
Por: Alberto Barrera Tyszka
Diario El Nacional
.
- ¿No te parece increíble? –dice el hombre, sin despegar los ojos del periódico.
.
El otro no contesta. Está hundido en un plato de sopa, sorbiendo un hervido, tratando de pescar un dado de auyama en medio del caldo.
.
–¡Es como si estuviéramos en plena inquisición! –añade, señalando ahora la noticia, un pequeño recuadro en la esquina derecha de la página.
.
Lo piensa un segundo antes de voltear y mirar a su vecino de barra.
.
–Tú sí sabes lo que fue la inquisición, ¿no? –Por supuesto –masculla el otro, todavía doblado sobre el plato–. Eso fue hace siglos. Es una cosa de la historia, pues. Yo vi una película sobre eso. A las mujeres que estaban bien buenas las agarraban y les prendían candela. Quemaron a un bojote.
.
–No, vale. La vaina fue mucho más seria. Y además tiene que ver con esto –añade, mientras abofetea con suavidad la página de la prensa–. Tiene que ver, justamente, con esto del pensamiento único.
.
Son amigos por coincidencia. Hace años, comenzaron a juntarse a la misma hora y en la misma barra, de lunes a viernes, en la misma taguara del centro. Cada mediodía mastican el menú y el país como si cumplieran con una agenda ya establecida, como si el mantelito de papel y los cubiertos ya formaran parte del horario.
.
Quizás no saben mucho sobre sus propias historias personales. Tal vez sus vidas no vayan más allá de un nombre y de una dirección. Pero siempre comen juntos. Es una amistad hecha a base del arroz con pollo de los martes, los jueves hay hervido, el viernes siempre toca carne guisada con papas. El refresco se paga aparte. La casa tampoco pone el periódico. Cada quien debe traer sus noticias bajo el brazo.
–Yo te digo que con eso sí que no estoy de acuerdo. Yo creo que cada quien debe decir lo que quiera, como quiera y cuando quiera.
.
–Tampoco así, porque entonces todo se vuelve una rochela, un relajo.
.
–Es preferible el relajo a esto...–el hombre señala el periódico–. ¿No te parece ridículo eso que dicen? ¡Ay, sí! –deforma la voz, amanera los gestos– ¡Nadie se puede meter con Papá! –Tampoco lo digas así. Hay que tener algo de respeto.
.
–El respeto no tiene nada que ver con eso. Esto es autoritarismo puro, es casi una monarquía. Ahora sólo se puede pensar y decir lo que el tipo piensa y dice. El que se salga de ese corral mental, se jodió. Se tiene que callar. Está fuera.
.
El otro ha terminado de comer. Con un palillo escarba entre sus encías como si buscara algún tesoro. Por un momento, parece pensar sesudamente lo que acaba de escuchar. Toma el periódico y lo observa con cierta desconfianza.
.
–A ver... –desliza sus pupilas sobre toda la hoja–. ¿Tú confías en esta gente? Ya sabes lo que dicen. Los periodistas son cachorros de los dueños de los periódicos. Y los dueños de los periódicos son cachorros del imperialismo. Y el imperialismo es cachorro de Bush.
.
–¡Coño! ¡Tampoco te pongas paranoico, mano! La misma noticia salió en todos los periódicos. Esto fue así. Aquí no hay manipulación mediática.
.
–Está bien, está bien. No te alteres. Como están las cosas, uno nunca sabe. Yo ahora sólo leo las informaciones deportivas. Sólo ahí me siento seguro, a salvo. Es muy difícil que te jodan porque un gol es un gol, un jonrón es un jonrón, ¿o no? –Léete eso un segundo.
.
Mientras uno comienza a leer, el otro pide dos cafés. Quizás no saben demasiado de sus vidas, pero se conocen muy bien la sazón, el gusto. Uno detesta la pimienta. Al otro le cae mal el perejil. Uno tiene prohibidos los granos. Ni uno más, dijo el doctor, si no quieres que se te vuelva pomada el colon. El otro debe comer bajo en sal. Cuando se me sube la tensión, se me alborotan un poco de lucecitas dentro del ojo, siempre aclara. Uno toma café negro, el otro manzanilla. Sin azúcar, por favor.
.
–¿Y entonces? ¿Qué te parece? –Ahora sí que estoy confundido. Yo creí que estabas hablando de otra cosa. Hemos pasado todo el almuerzo comentando vainas distintas.
.
–No te entiendo.
.
–Yo creí que tú te estabas refiriendo a algo de aquí, del país. Yo no sabía nada de este... –busca el nombre entre las letras apiñadas en la página– de este...Jon Sobrino.
.
–Es un teólogo, un teólogo de la liberación. Lo acaban de condenar porque se atrevió a pensar distinto. Y es cristiano.
.
Es católico. Pero igualito lo condenaron. Le dijeron que se callara, que está fuera.
.
–Pero yo creía que tú me estabas hablando de Chávez, de Ismael García, de Didalco Bolívar...Yo no sabía que tú estabas hablando de la Iglesia.
.
Los dos quedan unos segundos en silencio. Saboreando el último rastro de café.
.
–Son cosas distintas, ¿no? –pregunta uno.
.
–Pero de pronto como que se parecen...–dice el otro.
.
–¿Será que en vez de tener un gobierno bolivariano, más bien tenemos un gobierno vaticano?
.
Los dos, entonces, voltean y se miran.
.
–Amén.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home