¿Obama Representa El Cambio?
Por: José Rafael López Padrino
Como lo anticipaban los sondeos de opinión Barack Obama se alzó arrolladoramente con la presidencia de los Estados Unidos el pasado 4 de Noviembre. Varios factores lo hicieron factible: i) una campaña electoral muy bien instrumentada (uso de Internet, movilización de voluntarios ,etc.), lo cual le permitió recibir el voto de una vasta mayoría del electorado afro-americano (70%) e hispano (65%), así como cerca de la mitad de la población blanca (49%); ii) el haber recibido cuantiosas donaciones económicas de importantes sectores del "establishment norteamericano", recaudando más de 640 millones de dólares en fondos electorales, un monto mucho mayor que lo recaudado conjuntamente por los candidatos George W. Bush y John Kerry en las elecciones del 2004; iii) la explosión de la crisis financiera la cual sepultó las aspiraciones presidenciales del candidato republicano iv) las impopulares y costosas guerras coloniales en Afganistán e Irak.
Obviamente el triunfo de Obama es histórico, es la victoria de la diversidad y destroza el mito de que un afrodescendiente no podía llegar a la Casa Blanca. El alborozo de su triunfo ha llegado hasta los más recónditos lugares de África e Indonesia. Además, marca un hito en la vida política de un país que hace 50 años no le permitía a los afrodescendientes disfrutar de los más elementales derechos ciudadanos.
Sin embargo, su triunfo ha sido dimensionado en forma equivocada. Obama no es revolucionario, ni representa un proyecto anticapitalista, además de que nunca pretendió serlo. Recibió el apoyo del "establishment" quien depositó en él su confianza ante el agotamiento y fracaso de la nefasta administración republicana en estos últimos ocho años. Es el presidente de un país imperial, el cual seguirá aplicando la doctrina del Gran Garrote o Big Stick sobre sus países vecinos. Además, su victoria no significa un cambio a favor de esas minorías que lo llevaron al triunfo. Basta con haber escuchado sus discursos durante la campana electoral para entender que sus críticas y objeciones al sistema no traspasaban los aspectos éticos, morales y religiosos al predicar "ricos o pobres, blancos o negros, demócratas o republicanos. Todos somos americanos, unidos por un destino manifiesto... Dios bendiga a América".
Recordemos que Obama nunca esbozo planes de cómo superar la pobreza y la exclusión social que sufren los afroestadunidenses, al igual que los latinos. El nunca enfrentó con franqueza el tema de la inmigración y para colmo de males apoyó la construcción del infame muro en la frontera con México, mucho más largo y bochornoso que el Muro de Berlín; jamás llego a condenar los maltratos, las redadas y a la amenaza permanente de deportación que pesa sobre los residentes ilegales en EE.UU (aproximadamente 12 millones).
Contrariamente a las declaraciones del tte coronel -entusiasta "felicitador" de última hora-, Obama representa la reafirmación de la visión mesiánica y hegemónica de los Estados Unidos. Él es un actor que ha despertado nuevas ilusiones en las grandes mayorías de un país devastado por una política maniquea y sumido en una profunda crisis económica. En fin, Obama simboliza un nuevo icono de la sociedad capitalista de consumo, muy distante de los sueños de Martin Luther King.
Obviamente el triunfo de Obama es histórico, es la victoria de la diversidad y destroza el mito de que un afrodescendiente no podía llegar a la Casa Blanca. El alborozo de su triunfo ha llegado hasta los más recónditos lugares de África e Indonesia. Además, marca un hito en la vida política de un país que hace 50 años no le permitía a los afrodescendientes disfrutar de los más elementales derechos ciudadanos.
Sin embargo, su triunfo ha sido dimensionado en forma equivocada. Obama no es revolucionario, ni representa un proyecto anticapitalista, además de que nunca pretendió serlo. Recibió el apoyo del "establishment" quien depositó en él su confianza ante el agotamiento y fracaso de la nefasta administración republicana en estos últimos ocho años. Es el presidente de un país imperial, el cual seguirá aplicando la doctrina del Gran Garrote o Big Stick sobre sus países vecinos. Además, su victoria no significa un cambio a favor de esas minorías que lo llevaron al triunfo. Basta con haber escuchado sus discursos durante la campana electoral para entender que sus críticas y objeciones al sistema no traspasaban los aspectos éticos, morales y religiosos al predicar "ricos o pobres, blancos o negros, demócratas o republicanos. Todos somos americanos, unidos por un destino manifiesto... Dios bendiga a América".
Recordemos que Obama nunca esbozo planes de cómo superar la pobreza y la exclusión social que sufren los afroestadunidenses, al igual que los latinos. El nunca enfrentó con franqueza el tema de la inmigración y para colmo de males apoyó la construcción del infame muro en la frontera con México, mucho más largo y bochornoso que el Muro de Berlín; jamás llego a condenar los maltratos, las redadas y a la amenaza permanente de deportación que pesa sobre los residentes ilegales en EE.UU (aproximadamente 12 millones).
Contrariamente a las declaraciones del tte coronel -entusiasta "felicitador" de última hora-, Obama representa la reafirmación de la visión mesiánica y hegemónica de los Estados Unidos. Él es un actor que ha despertado nuevas ilusiones en las grandes mayorías de un país devastado por una política maniquea y sumido en una profunda crisis económica. En fin, Obama simboliza un nuevo icono de la sociedad capitalista de consumo, muy distante de los sueños de Martin Luther King.
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