Militarismo y socialfascismo bolivariano
Por: Jose Rafael Lopez Padrino
Min. Defensa Molero y otros hampones |
El militarismo es una de esas lacras que ha estado presente a lo largo de toda nuestra vida republicana y cuyo fin aún parece todavía bastante lejano en el tiempo, pues últimamente sus defensores en este siglo XXI se han encargado de actualizarlo mediante un falaz giro ideológico. Nos referimos evidentemente al carácter "socialista y emancipador" que se le indilga a esta perversa logia milica que desgobierna a nuestra Patria. No olvidemos que los militares formados al calor de las luchas independentistas, se consideraron con el derecho de gobernar las nuevas naciones en proceso de formación, terminando por ahogar, más temprano que tarde, nuestros infructuosos primeros ensayos de civilidad. Obviamente, nunca estuvieron solos en sus pretensiones hegemónicas, siempre contaron con la ayuda de civiles serviles los cuales pusieron sus luces y saberes al servicio de la entronización militarista en el poder.
Con la llegada del socialfascismo bolivariano, el militarismo autoritario, antidemocrático y parafascista se oxigenó en nuestro país. La deformación y mistificación de la historia por parte del difunto tte coronel y la proliferación de leyendas militaristas orquestadas por su proyecto permitió profundizar la peste del militarismo la cual nos persigue desde los inicios mismos de la República. El militarismo bolivariano por su espíritu antidemocrático está reñido con la tolerancia y la pluralidad ideológica, y es alérgico a la confrontación de ideas.
Es conveniente recordar que Bolívar fue tanto en su pensamiento como en su acción, profundamente antimilitarista. Basta recordar su famosa frase: "Es insoportable el espíritu militar en el mando civil", y sus palabras ante la asamblea celebrada en Caracas el 2 de enero de 1814: "Compatriotas: yo no he venido a oprimiros con mis armas vencedoras: he venido a traeros el imperio de las leyes. Un soldado feliz no adquiere ningún derecho para mandar a su Patria. No es el árbitro de las leyes ni del Gobierno; es el defensor de su libertad".
El cáncer militarista no lo producen sólo los militares (actores principales de esta dantesca tragedia) sino también los “patrióticos ciudadanos” que creen necesaria la existencia de los gendarmes necesarios para garantiza el buen funcionamiento de la nación. Tras el militarismo también se esconden los intereses económicos de las multinacionales que ven en esos ensayos de gobierno la oportunidad de apuntalar sus inversiones e incrementar sus ganancias.
El otorgamiento al estamento militar, sin restricción alguna, de las riendas del desarrollo económico, social y político, además de detentar la responsabilidad de la defensa y de la seguridad interna y externa de la nación es una muestra del renacimiento del gorilato en nuestro país. Es una despreciable militarización de la sociedad, que pasa por la “institucionalización” de un Estado regido por la Fuerza Armada con el apoyo incondicional de una izquierda servil que le rinde pleitesías.
El militarismo socialfascista implica la institucionalización de la disciplina, la obediencia y una fe sin límites hacia el líder ya muerto, execrables principios destinados a crear una sociedad cuartelaria tutelada por la pestilente bota militar. Una sociedad donde exista un orden social y político absolutamente armónico, excluyente, sujeta a un pensión único de corte fascista.
La militarización de Venezuela es parte de una estrategia destinada a la construcción de una sociedad totalitaria, sin contradicciones, ni conflictos sociales, no porque los mismos hayan sido superados mediante cambios en las estructuras políticas y económicas reinantes en el país, sino por la implantación de un régimen autocrático, represivo y absolutista. La utopía socialfascista bolivariana se reduce a una sociedad con una sola voz, pero excluyente, con una sola voluntad, pero no basada en un consenso de las mayorías, con un solo interés, pero que únicamente refleja el proyecto político bolivariano. El fachochavismo en el fondo reivindica las desigualdades sociales, económicas y políticas propias del capitalismo de Estado, pero rechaza paradójicamente sus consecuencias naturales: los antagonismos y las luchas sociales.
¿Cómo esta grotesca farsa ha podido prosperar en la Venezuela de los últimos años? Simplemente, porque en el mundo de las farsas todo es admisible.
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