Nisman: ¿chivo expiatorio?
Por: Álvaro Riveros Tejada
No cabe la menor duda que la trágica muerte del fiscal federal argentino, Alberto Nisman, ha marcado el inicio y el fin de una sórdida trama que se viene gestando desde hace muchos años, consistente en trasladar el conflicto árabe israelí al seno de nuestro continente, mediante la complicidad de gobiernos del ALBA, agavillados en torno a ese intento, desde la presidencia de Chávez en Venezuela, quien fue el encargado de montar una cabeza de puente contra el imperio norteamericano, desde su propio traspatio.
El fiscal argentino reunía todas las características para inquietar a Teherán, como ser: un férreo y dedicado trabajo de investigación del atentado terrorista a la mutual judía AMIA en Buenos Aires el 1994, el cual le fue encomendado por el propio Ernesto Kirchner que como judío, era el más interesado en que dicho fatal acontecimiento no quede impune. De ahí que, estando listo para presentar un reporte de 300 páginas documentando sus descubrimientos sobre el rol de Cristina Kirchner en el encubrimiento de los crímenes terroristas iraníes, ello colisionó con sus objetivos y se convirtió en su sentencia de muerte. Además, tres años después de iniciar su trabajo, en 2006, había reunido un archivo de inteligencia sobre el alcance de la penetración iraní dentro de los gobiernos de varios países latinoamericanos, a través de agentes libaneses de Hezbollah.
Hoy, fuentes fidedignas de inteligencia israelí dan cuenta que este magistrado fue ejecutado por un agente iraní, que había ganado su confianza durante más de cuatro años, haciéndose pasar por un ex alto funcionario del servicio de inteligencia de Irán, del cual habría desertado y le iba pasando información fehaciente sobre el movimiento de los agentes iraníes en la Argentina. Para cumplir su cometido, el asesino utilizaba el nombre de Abbas Haqiqat-Ju.
Entretanto, lo extraño de este crimen es que Alberto Nisman, a pesar de haber visitado pocos meses antes Nueva York, donde informó a la CIA y a las Naciones Unidas sobre diplomáticos y agentes iraníes que operan dentro de los EE.UU. bajo la protección de la embajada de Pakistán, no haya sido advertido por estos afamados organismos de inteligencia sobre el peligro que se cernía sobre su persona. En especial, sobre el personaje que lo asesinó, cuyas generales han debido ser suficientemente conocidas por ellos. Este crimen guarda las mismas características que el de León Trotsky en México, asesinado por Ramón Mercader, un agente de Stalin que para perpetrar el magnicidio se ganó pacientemente la confianza de su víctima, durante más de un año.
Si bien es comprensible que el trabajo del fiscal requería de una estrecha, como efectiva coordinación con dichos servicios de inteligencia, resulta inconcebible que éstos no lo hubiesen protegido y menos evitado el fatal desenlace. Es más, esa actitud deja inferir la sospecha de que su muerte no sólo alivió a los iraníes, sino también a aquellos maquiavelos que con ella obtuvieron mayor rédito que el que hubiesen obtenido con las declaraciones en el Congreso, las que jamás habrían podido congregar los centenares de miles que manifestaron su protesta. Es decir: Nisman valía más muerto que vivo: “Un chivo expiatorio”.
Etiquetas: Hezbollah
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