Cómo Hezbolá explota la cocaína, la corrupción y el caos en Venezuela

Por Matthew Smith

Fuente: Oilprice.com

· Hezbolá opera una red sofisticada en América del Sur, lleva a cabo ataques terroristas y participa en actividades delictivas como el tráfico de drogas y el lavado de dinero.

· Venezuela, bajo el gobierno del Presidente Maduro, se ha convertido en un refugio seguro para Hezbolá, ofreciendo apoyo logístico y fomentando vínculos estrechos.

· Sanciones más estrictas contra Venezuela podrían empujar al país aún más hacia economías ilícitas, beneficiando a Hezbolá y desestabilizando la región.

Después del salvaje ataque de Hamas en octubre de 2023 contra Israel, que se cobró 1.200 vidas, en su mayoría civiles, Hezbolá intensificó su postura de confrontación, lo que generó temores de nuevos ataques terroristas . El grupo político militante libanés, durante décadas, ha actuado como un poderoso actor proxy del régimen teocrático de Irán. Hezbolá, que Estados Unidos designó como organización terrorista extranjera en 1997, se ganó una reputación amenazante por bombardear objetivos civiles y participar en una serie de actividades delictivas, en particular el tráfico de narcóticos y armas, así como el lavado de dinero. La presencia considerable pero ignorada de Hezbolá en América Latina plantea riesgos significativos. Da a los militantes acceso a lucrativas economías ilícitas junto con la capacidad de atacar objetivos blandos en una región que carece de sólidas capacidades antiterroristas. A raíz de la fraudulenta victoria electoral del presidente venezolano Nicolás Maduro , Hezbolá ampliará su presencia en América del Sur a medida que Irán aumenta el apoyo al régimen asesino para contrarrestar las sanciones estadounidenses más estrictas.

Hezbolá participa en una serie de actividades criminales y terroristas en América Latina. Entre los ataques terroristas más notorios del militante chií en la región se encuentra el atentado suicida de 1992 contra la Embajada de Israel en Buenos Aires, Argentina, donde murieron nueve miembros del personal de la embajada y decenas de civiles. Luego estuvo el ataque de 1994 al centro comunitario judío AMIA de Buenos Aires, donde un atacante suicida se cobró 85 vidas y dejó cientos de heridos, lo que lo convirtió en el ataque terrorista más mortífero de la historia de Argentina. Se especula que Hezbolá, junto con grupos del crimen organizado brasileños , planearon el asesinato en mayo de 2022 del fiscal paraguayo contra el crimen organizado Marcelo Pecci mientras estaba de vacaciones en Cartagena, Colombia. Las autoridades brasileñas, en cooperación con la inteligencia israelí, descubrieron recientemente una red de Hezbolá que planeaba atacar objetivos judíos en el país más grande de América Latina.

Estos acontecimientos ponen de relieve la naturaleza sofisticada de las redes sudamericanas de Hezbolá y la influencia desestabilizadora que ejercen sobre una región políticamente volátil y vulnerable. Durante décadas, se han producido acusaciones sobre la operación de campos de entrenamiento de Hezbolá en Sudamérica y su profunda participación en el tráfico de cocaína del continente, en particular en la zona de los tres estados, un centro reconocido mundialmente para las economías ilícitas . En los últimos 20 años, las actividades delictivas, especialmente el tráfico de cocaína y el lavado de dinero, han surgido como fuentes clave de ingresos para Hezbolá. Es inevitable que la milicia chiíta se dedique a una actividad tan lucrativa con un mercado global valorado en más de 100.000 millones de dólares anuales. Como resultado, se cree que Hezbolá ha surgido como un actor importante en el comercio de cocaína de Europa, cuyo valor asciende a 12.000 millones de dólares cada año . Las estimaciones varían, pero se cree que el contrabando de cocaína genera hasta trescientos millones de dólares anuales para Hezbolá. Esto convierte al narcotráfico en la segunda fuente de ingresos más importante de la milicia libanesa, sólo superada por la financiación de Teherán, que se cree asciende a 700 millones de dólares anuales .

La anárquica Triple Frontera de Sudamérica fue durante décadas el centro de la red criminal de Hezbolá, pero la creciente importancia del tráfico de cocaína para sus finanzas hizo que los terroristas se expandieran a los países andinos del norte de Sudamérica: Colombia, Ecuador y Venezuela. Colombia, una nación desgarrada por los conflictos, es el mayor productor de cocaína del mundo , mientras que Venezuela y Ecuador son centros clave de transbordo internacional . El desmantelamiento de las redes de narcóticos y lavado de dinero de Hezbolá en la Triple Frontera por parte de la Agencia Antidrogas de Estados Unidos (DEA) incentivó a los militantes a trasladar el centro de operaciones al norte de Sudamérica. Esto recibió un nuevo impulso por la anarquía en Colombia, que está atrapada en un conflicto asimétrico de bajo nivel de varias décadas, y Venezuela, donde la revolución bolivariana de Hugo Chávez de 1999 desencadenó un retroceso democrático y una corrupción generalizada.

Las grandes diásporas libanesas y musulmanas chiítas en Colombia y Venezuela son comunidades fácilmente explotables para que Hezbolá se infiltre. Los militantes chiítas libaneses radicales lo hacen aprovechando los lazos familiares para construir redes de negocios legítimos e ilícitos que se utilizan para generar ingresos y blanquear los ingresos del delito para financiar operaciones en Oriente Medio. Colombia, como el mayor productor de cocaína del mundo, es particularmente importante para Hezbolá porque la larga historia de gobiernos centrales débiles y anarquía en el país andino ha permitido que florezcan grupos armados ilegales. Las enormes ganancias generadas por la producción de cocaína son responsables de financiar el conflicto armado de baja intensidad que dura casi 70 años en Colombia. Según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), en 2022 la producción de cocaína alcanzó un máximo histórico de 1.738 toneladas métricas, lo que supone un enorme aumento del 24% en comparación con 2021. Esto generó temores de que los envíos de cocaína desde Colombia superarían al petróleo, ya que el narcótico se convertiría en el principal producto de exportación de la nación andina.

El aumento de la producción de cocaína no solo es responsable de la financiación de los grupos armados ilegales que desafían al gobierno y de la creciente violencia rural, sino que también atrae la atención de organizaciones criminales transnacionales como Hezbolá. Los militantes libaneses forjaron conexiones con varios grupos armados ilegales colombianos involucrados en el tráfico de cocaína, en particular la Oficina de Envigado, las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC) y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Después del acuerdo de paz de 2016 con las FARC, Hezbolá pasó a forjar relaciones con bandas disidentes que rechazaron el acuerdo. Las guerrillas izquierdistas de Colombia operaron durante décadas a lo largo de la porosa frontera con Venezuela, donde siguen manteniendo una presencia significativa hasta el día de hoy.

Después de que Chávez asumió el cargo e inició su revolución socialista bolivariana en febrero de 1999, Caracas cultivó relaciones con las guerrillas izquierdistas de las FARC y el Ejército de Liberación Nacional (ELN). El régimen izquierdista pasó a proporcionar armas, apoyo logístico y refugios seguros en Venezuela a las guerrillas izquierdistas de Colombia . Después del acuerdo de paz de 2016, las bandas disidentes de las FARC y elementos del ELN continuaron expandiendo sus operaciones en Venezuela, en particular en el tráfico de cocaína, la extorsión y la minería ilegal de oro, a medida que se desmoronaba el estado de derecho y el control gubernamental en regiones remotas. Esto permitió a esos grupos armados ilegales operar con impunidad mientras acumulaban considerable riqueza y poder, hasta el punto de proporcionar servicios públicos básicos a las comunidades en las áreas abandonadas por Caracas. El régimen de Chávez continuó fomentando asociaciones con otras organizaciones terroristas extranjeras y grupos armados designados por Estados Unidos, en particular Hezbolá.

El retroceso democrático, la corrupción endémica y el desmoronamiento de las instituciones estatales fueron responsables de la espiral de anarquía que convirtió a Venezuela en una base de operaciones atractiva para Hezbolá. Chávez permitió a los militantes libaneses establecer un refugio seguro en la Isla Margarita, frente a la costa oriental de Venezuela, y ofreció refugio a los partidarios de la organización terrorista designada por Estados Unidos que vivían en Venezuela. En 2010, los funcionarios estadounidenses calcularon que había campos de entrenamiento de Hezbolá en Caracas y sus alrededores administrados por el ejército venezolano. Mientras tanto, venezolanos de ascendencia libanesa, siria e iraní fueron reclutados para recibir entrenamiento paramilitar en las instalaciones de Hezbolá. El régimen llegó incluso a negociar armas para transacciones de cocaína entre las FARC y Hezbolá, al tiempo que suministraba pasaportes venezolanos a los operativos de Hezbolá y Hamás.

A medida que las sanciones estadounidenses se hicieron más estrictas, Caracas se volvió cada vez más dependiente de las economías ilícitas, en particular el tráfico de cocaína, el contrabando de armas y el lavado de dinero, para generar las divisas que necesitaba con urgencia. El crecimiento de las actividades ilegales en Venezuela se vio facilitado aún más por la corrupción endémica, la autoridad centralizada y el favoritismo del régimen de Chávez, que hicieron que el Estado paria emergiera como un importante punto de transbordo para el tráfico de cocaína. Según la DEA, casi una cuarta parte de la producción mundial de cocaína pasa por Venezuela. Se estima que alrededor del 16% del producto interno bruto (PIB) de Venezuela se genera por economías ilícitas, lo que pone de relieve la dependencia de Caracas de las actividades ilegales en una economía que se ha contraído en más del 60% desde que Maduro tomó el poder en 2013.

La dependencia del régimen de Maduro de los ingresos provenientes de economías ilícitas y el apoyo del principal benefactor de Hezbolá, Irán, han creado un ambiente fértil para que los libaneses expandan su presencia en Venezuela. Hezbolá ya ha formado una relación estratégica con el Cártel de los Soles, una red de células de narcotráfico con sede en Venezuela integrada en las fuerzas militares del régimen autoritario. Una figura clave del régimen, hasta su caída en desgracia, con estrechos vínculos de larga data con Hezbolá es el ex vicepresidente y ministro del Petróleo Tareck El Aissami , de ascendencia libanesa iraquí. Documentos de inteligencia venezolanos muestran que El Aissami y su padre, un inmigrante sirio que trabajó con Hezbolá en Siria, reclutaron miembros y facilitaron el tráfico de cocaína para la organización militante. Durante el tiempo que El Aissami fue Ministro del Interior, dio pasaportes venezolanos a al menos 800 inmigrantes de países de Medio Oriente que tenían vínculos con Hezbolá. Se especula que el régimen autocrático ha entregado hasta 10.000 pasaportes venezolanos a ciudadanos de Siria, Irán y Líbano.

La creciente indignación internacional por el fraude electoral de Maduro en 2024, junto con la represión cada vez más violenta de la oposición por parte del régimen, conducirá a sanciones más estrictas contra Caracas. Esto obligará al gobierno dictatorial a depender más del apoyo de Irán y de las economías ilícitas para generar divisas cruciales. De hecho, Teherán, que es el blanco de estrictas sanciones estadounidenses , es una fuente importante de condensado crucial y ayuda a la tambaleante industria petrolera de Venezuela, responsable de que la economía venezolana vuelva a crecer. Esos acontecimientos crearán un entorno fértil para que los grupos armados ilegales amplíen sus operaciones en Venezuela, y Hezbolá se encuentra en una posición óptima para reforzar su presencia, en particular en el tráfico de cocaína y el lavado de dinero. A medida que eso ocurra, desestabilizará aún más una de las zonas más volátiles de América del Sur en un momento crítico en el que la creciente producción de cocaína alimenta la violencia en la vecina Colombia.