Chávez y EEUU: ¿amantes secretos?
Por: NICOLAS PEREZ
Miami Herald
Me cuenta un vendedor de piezas de repuesto de tractores, que en una visita reciente que hizo a Caracas, en medio del lobby del Hotel Tamanaco escuchó gritar a un hombre que discutía con otro acaloradamente: ''¡Este país es una locura!'' Exactamente la misma exclamación de un abogado en el juicio sobre la custodia, paternidad y DNA de la hija de Anna Nicole Smith. Y es que aunque parezcan diferentes, en el fondo ambas anécdotas son variaciones del mismo tema: la trágica suerte de dos cadáveres insepultos, el de la libertad de Venezuela y el de la exuberante, díscola y surrealista ex-conejita de Playboy.
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El párrafo anterior me coloca ante un dilema. Nunca he podido escribir sobre Hugo Chávez porque siento cierta melancólica ternura por un presidente latinoamericano que se niega a crecer, y pasa su tiempo en aventuras mágicas como el Peter Pan de J. M. Barrie. Ya que cierro los ojos y me lo imagino de niño tras una recia lluvia de primavera, con un culero sucio, jugando absorto con un palito y tierra en un bache de alguna calle de Barinas, y regalándoles fango a sus amiguitos de la cuadra para hacerlos felices. Y hoy, es el mismo niñito, en el Palacio de Miraflores, jugando con un palito y petróleo, y regalándoles el oro negro a sus amigos Castro y Evo, y haciéndoles la vida una pesadilla a 23.5 millones de venezolanos.
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Sin embargo, el príncipe de los joropos la tiene difícil con su pueblo pero fácil con George Bush, porque es sólo un proyecto de tirano, cuyo mayor peligro es padecer de incontinencia verbal. ¿Su cerebro? Grueso pero con poca carne y mucha empella. Y es que nadie debe engañarse, Chávez ni es presidente, ni coronel, ni bolivariano, ni golpista, ni antiyanqui, él es única y exclusivamente un hombre de una suerte asombrosa, taimado y astuto, que tropezó con un potosí de petróleo. No es Fidel Castro, político sin escrúpulos pero con cien neuronas acompasadas, sino un payaso con una sola neurona que se mueve a velocidad vertiginosa pero con irregularidad desconcertante. Nadie ponga en duda que quien mantiene en el poder a Chávez es el barril de crudo a $65.
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Muchos ladridos contra su indefenso pueblo, pero ni una sola mordida a la Standard Oil, la Gulf o la Texaco. Porque como dijo el poeta Luis Cernuda, una cosa es la realidad y otra el deseo. Y si bajamos de la gradería hasta los salones donde se corta el bacalao, hay que admitir que el gobierno de Venezuela es el que más favorece económicamente los deseos de Washington: carnero por la Gracia de Dios. Mucho alboroto contra el Tratado de Libre Comercio, cantando no soy monedita de oro, haciendo y deshaciendo con su antiimperialismo de papel crepé, pero los que gobiernan el país pisan cristales y con menos ruido que el ratoncito Miguel cuando se trata del tema del petróleo. Es por ello que Washington sigue con la boca cerrada. Aguantando calculadamente insultos a derecha e izquierda. Porque sabe que Chávez será casco y mala idea, pero es un muchacho que no es tan malo, y que frena en seco frente a cualquier amenaza de desmadre.
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Y nosotros que estamos tan cerca del problema, que como diría Ortega y Gasset, sólo vemos el árbol sin ver el bosque, podemos pensar lo que queramos, pero a distancia, con mirada desapasionada y objetiva, la rama saudita de Al Qaida le ha puesto el dedo en la llaga al anunciar que los campos de petróleo de Venezuela son un objetivo de guerra del islam, por una sencilla razón: aunque el militar golpista no hace nada más que venderle al mundo su odio al tío Sam, de hecho, es un sobrino modelo y uno de los aliados estratégicos más importantes de los Estados Unidos de América. Y el que siembra su maíz, que se coma su pinol.
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