Algunas Ideas Para Nacionalizar El Hipo
Desde hace días me encontraba jugando con la tentación de escribir la biografía de un bombillo. El escenario era un edificio en Caurimare. La imagen inicial mostraba a una jauría de vecinos y vecinas, sobre la acera, rodeando a un gordito, con bigote a lo Pedro Infante y franela roja a la altura del ombligo, que intentaba mantener en lo alto de su mano derecha un bombillo ahorrador de 60 watios. Visto sin demasiadas aprensiones, casi era el anuncio de la próxima nacionalización de la estatua de la libertad.
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Durante dos semanas, por lo menos, este plan gubernamental de repartir bombillos gratuitamente ha desatado, en algunos sectores, un pánico que merece una mínima observación. Llegué a escuchar, en la pesadumbre de una cola bancaria, a dos señoras comentando con enjundia el dispositivo secreto -un "chips", insistía la más joven, como si repitiera cada dos segundos una palabra mágica-, ubicado en el interior de cada foco, que supuestamente le permitiría al Gobierno grabar todo lo que ocurre y se dice dentro de cada casa. Se trataba, según pude deducir, de un sistema de altísima tecnología, más cercano a la ciencia ficción que a la oficina de la Onidex del centro de Caracas.
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Otro rumor, cargado de sustos, sostiene que estamos ante un operativo especial, una suerte de comando al estilo Misión Imposible, integrado por varios agentes ultra secretos que, gracias a su talento y a algunos mecanismos sofisticados, pueden realizar un inventario de todas nuestras pertenencias en menos de tres segundos. Con sólo asomarse a su puerta, logran un registro microfìlmico de todo lo que posee, incluso de esas seis monedas de dos euros que guarda en la segunda gaveta, debajo de los calzoncillos que ya tienen la liga vencida.
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Un amigo me cuenta que, en su edificio, un vecino furioso pegaba gritos, diciendo que por nada del mundo permitiría que pusieran "eso" en su apartamento. Los bombillos se habían convertido en un virus. Escuché por la radio a otro ciudadano refiriéndose a los pequeños artefactos eléctricos como si fueran diminutos zombies, ampollas de luz diseñadas para invadirnos.
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En El triunfo de la belleza, el escritor Joseph Roth ofrece una frase luminosa: "El tifus es menos contagioso que la histeria".
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Lo fascinante del pánico es su poder, su capacidad de trabucarse en una epidemia tan fulminante como absurda. Así vivimos. El país es una continua batalla en contra del sentido común. Probablemente, lo más "castrocomunista" que tiene esta operación bombillo es su talante burocrático. Más allá del previsible guiso económico, es bastante paradójico que se necesite a un especialista cubano para enseñarle a una brigada de compatriotas que es necesario girar la rosca -un tanto reaccionariamente- hacia la derecha, para lograr conquistar la victoria de conectar un bombillo.
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La asesoría de una trabajadora social, presente durante todo este procedimiento, es tan misteriosa como el papel del contralor Russián en el Poder Moral.
¿Cómo puede, el mismo Gobierno, ser capaz de introducir bombillos espías en cada casa y, al mismo tiempo, ser radicalmente incapaz de pavimentar tres calles, retener a Carlos Ortega en una cárcel, controlar la inflación o resolver el siniestro asesinato de Danilo Anderson? Ese es nuestro delirio. Hay gente que piensa que la llamada revolución no hace nada bien pero que, sin embargo, a la hora de implementar sus maléficos planes de control marxista - leninista, tiene una perfección hollywoodense, una eficacia del tipo windows siglo XXI.
Lo asombroso es que, en el lado del poder, en este ámbito al menos, ocurre exactamente lo mismo. Para el gobierno, quienes se le oponen son escuálidos, estúpidos y torpes, diminutos y desarticulados, gente sin ideas y sin proyecto... pero, al mismo tiempo, potentísimos saboteadores, terroristas descomunales, responsables directos de culquier minúsculo fracaso en la brillante gestión oficial. El gobierno lo tiene todo y, sin embargo, todavía vive permanentemente bajo el miedo. Es un ridículo Goliath que anda por cada esquina lloriqueando, diciendo que David no lo deja caminar. Es un delirio idéntico. Venezuela versus el sentido común.
En esta línea puntual, demasiado exacta, mi semana pierde la biografía de un bombillo y se detiene sobre la histeria oficial que, de pronto, transforma el dinero en la verdadera ideología bolivariana, convierte las nacionalizaciones en una terapia para su propio pánico, acapara el poder sin ningún escrúpulo y ejerce la amenaza como acción política.
¿Qué futuro tiene un país que nace del miedo? Ninguno. Para nadie. Respira, entonces, con cuidado. Ponte alerta. Cualquier hipo puede ser, ahora, un peligro para la patria.
Etiquetas: caso Anderson
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