Hegemonía Estatizante
Por: José Rafael López Padrino
El proyecto político del tte coronel ha exhumado al socialfascismo, una categoría que ya parecía haber sido definitivamente superada por la experiencia histórica. Como proyecto de gobierno, ha revindicado el viejo concepto fascista, de considerar al Estado como un sistema de jerarquías que se expresan a través de diversas formas en la sociedad (dominio-sumisión), anulando el protagonismo de las masas populares. Es decir, el Estado es un fin para el fascismo –Stato fine y no stato mezzo-, de allí su desgastada consigna “Todo dentro del Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado” (Benito Mussolini, 1927).
El socialfascismo bolivariano en estos diez años ha fracasado en construir un poder popular autónomo, o una verdadera democracia protagónica y mucho menos un modelo de producción socialista, como falazmente afirman los plumíferos bien pagados del régimen. Todo lo contrario, lo que han logrado es la consolidación de un bonapartismo plebiscitario, que en nombre de un desconocido socialismo del siglo XXI, le ha dado vida a un régimen neo-oligárquico (boliburguesía), y despótico dirigido por un cúpula militar, secundada por una pandilla de conversos oportunistas (“revolumercenarios”). Proyecto militarizado que no ha permitido el desarrollo de una alternativa contra-hegemónica frente al viejo bloque histórico en el poder, sino contrariamente lo ha oxigenado con sus nuevos actores.
Esta falsificación ideológica se construye mediante la implantación de un capitalismo de Estado, la imposición de una ideología única, la consolidación de un partido del Estado (PSUV), la militarización de justicia y de la sociedad, la eliminación de toda disimilitud ideológica, la transferencia de nuestras riquezas al capital transnacional, y la concentración en manos del estado de todos los medios de comunicación social. Esta perversidad nazi-fascista, además promueve un intervencionismo del Estado en la vida de los sindicatos, y de las organizaciones de masas, los cuales deben funcionar como apéndices político-organizativos del Estado y no como instrumentos de lucha de sus afiliados. Todo ello enmarcado en una sistemática violación de los derechos humanos.
Este engendro del siglo XXI, no traspasa las fronteras de un capitalismo populista, explotador y despótico, empantanado en un culto grotesco a la sumisión ante la figura mesiánica de un “preclaro líder conductor de la patria”. Que mediante un discurso demagógico o el reparto de dádivas sociales, ha conculcado y sepultado las aspiraciones legítimas de quienes siguen sufriendo la explotación, y la pobreza. Es una falsificada revolución estatizadora que promueve el terror frente a la disidencia, e impone ideas y valores reaccionarios basados en un fanatismo alienante. La democracia socialista no implica consolidar una hegemonía estatizante. El socialismo, heredado de Marx, constituye la crítica más efectiva al socialfascismo del siglo XXI del Bonaparte tropical.
El proyecto político del tte coronel ha exhumado al socialfascismo, una categoría que ya parecía haber sido definitivamente superada por la experiencia histórica. Como proyecto de gobierno, ha revindicado el viejo concepto fascista, de considerar al Estado como un sistema de jerarquías que se expresan a través de diversas formas en la sociedad (dominio-sumisión), anulando el protagonismo de las masas populares. Es decir, el Estado es un fin para el fascismo –Stato fine y no stato mezzo-, de allí su desgastada consigna “Todo dentro del Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado” (Benito Mussolini, 1927).
El socialfascismo bolivariano en estos diez años ha fracasado en construir un poder popular autónomo, o una verdadera democracia protagónica y mucho menos un modelo de producción socialista, como falazmente afirman los plumíferos bien pagados del régimen. Todo lo contrario, lo que han logrado es la consolidación de un bonapartismo plebiscitario, que en nombre de un desconocido socialismo del siglo XXI, le ha dado vida a un régimen neo-oligárquico (boliburguesía), y despótico dirigido por un cúpula militar, secundada por una pandilla de conversos oportunistas (“revolumercenarios”). Proyecto militarizado que no ha permitido el desarrollo de una alternativa contra-hegemónica frente al viejo bloque histórico en el poder, sino contrariamente lo ha oxigenado con sus nuevos actores.
Esta falsificación ideológica se construye mediante la implantación de un capitalismo de Estado, la imposición de una ideología única, la consolidación de un partido del Estado (PSUV), la militarización de justicia y de la sociedad, la eliminación de toda disimilitud ideológica, la transferencia de nuestras riquezas al capital transnacional, y la concentración en manos del estado de todos los medios de comunicación social. Esta perversidad nazi-fascista, además promueve un intervencionismo del Estado en la vida de los sindicatos, y de las organizaciones de masas, los cuales deben funcionar como apéndices político-organizativos del Estado y no como instrumentos de lucha de sus afiliados. Todo ello enmarcado en una sistemática violación de los derechos humanos.
Este engendro del siglo XXI, no traspasa las fronteras de un capitalismo populista, explotador y despótico, empantanado en un culto grotesco a la sumisión ante la figura mesiánica de un “preclaro líder conductor de la patria”. Que mediante un discurso demagógico o el reparto de dádivas sociales, ha conculcado y sepultado las aspiraciones legítimas de quienes siguen sufriendo la explotación, y la pobreza. Es una falsificada revolución estatizadora que promueve el terror frente a la disidencia, e impone ideas y valores reaccionarios basados en un fanatismo alienante. La democracia socialista no implica consolidar una hegemonía estatizante. El socialismo, heredado de Marx, constituye la crítica más efectiva al socialfascismo del siglo XXI del Bonaparte tropical.
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