Totalitarismo: La boa vuelve a retroceder
Por: Argelia Ríos
Fuente: El Universal (VEN)
Quienes se apropiaron del país no niegan el propósito que los mueve: tener el poder para siempre
Nos proponen una vida amarga, agria. Una vida de silencios y susurros. De escondites y disimulos. Todo eso que rechazamos es lo que nos ofertan: la asfixia de una penuria invariable. De un suspenso sostenido en el tiempo, a la espera de un giro, de un golpe de suerte. La propuesta es nítida. Ya no está preñada de ambigüedades: su fraseo es directo, como un disparo al corazón de la sociedad venezolana. Un fogonazo violento, alevoso, sin reparos. El modelo que nos plantean es justo eso: un acto de brutalidad contra el país que se resiste. La imposición de un destino indeseado, cuyo rechazo se ampara en la convicción de que a ese puerto llegaremos todos convertidos en andrajos, con las manos extendidas para recibir nuestra migaja.
La Venezuela de las comunas es un territorio donde la escasez adquiere rango de majestad. Una nación de indigentes expuestos a la inopia, a las restricciones, al apuro, a los racionamientos. La nomenclatura ya no se esfuerza en fabricarnos la historieta de una revolución distinta de las que le antecedieron: la revolución en abundancia, blindada por la riqueza petrolera, se transformó en la morisqueta que muchos habían alertado. Los secuestradores del país han decidido desmontar la farsa con que lograron mantenerse durante años. No aspiran a que le creamos: quieren que nos resignemos a la fatalidad de las prohibiciones, de los acosos, de las urgencias reproducidas por la irresponsabilidad del poder eterno.
Quienes se apropiaron del país y de sus riquezas no niegan el propósito que los mueve: tener el poder para siempre, aunque eso signifique someternos a la arbitrariedad, a la carestía perenne, a las insuficiencias y el chantaje. Un país regimentado, en el cual un hombre colecciona leyes para empoderarse a sí mismo, mientras hace creer a los ingenuos que su dignificación llegará, con certeza, a la vuelta de 100 años, o tal vez, de diez siglos. Las promesas del socialismo que Chávez abandera no buscan cristalizarse en el corto plazo. Todas están proyectadas para un futuro que ninguno de nosotros veremos. El futuro, para ellos, es tan sólo el tránsito largo y tortuoso al que nos están convocando, antes de desembocar en la utopía a la que jamás llegaremos.
Por suerte, el país ya ha comenzado a reconocer que son ésos los ampulosos objetivos del comandante. Por suerte, ya son menos quienes consumen la versión de su propio empoderamiento: las evidencias se acumularon hasta completar el final de este relato en el que todos, pobres y ricos juntos, compartirían el dolor la trituración causada por la boa constrictor. La Ley de las Comunas le abrió los ojos a muchos descreídos. Por eso, a última hora, se ha ordenado un retroceso: porque el poder se asustó, para demostrarnos, otra vez, con su recule, que sí se puede detener la marcha hacia el infierno.
argeliarios@gmail.com
La Venezuela de las comunas es un territorio donde la escasez adquiere rango de majestad. Una nación de indigentes expuestos a la inopia, a las restricciones, al apuro, a los racionamientos. La nomenclatura ya no se esfuerza en fabricarnos la historieta de una revolución distinta de las que le antecedieron: la revolución en abundancia, blindada por la riqueza petrolera, se transformó en la morisqueta que muchos habían alertado. Los secuestradores del país han decidido desmontar la farsa con que lograron mantenerse durante años. No aspiran a que le creamos: quieren que nos resignemos a la fatalidad de las prohibiciones, de los acosos, de las urgencias reproducidas por la irresponsabilidad del poder eterno.
Quienes se apropiaron del país y de sus riquezas no niegan el propósito que los mueve: tener el poder para siempre, aunque eso signifique someternos a la arbitrariedad, a la carestía perenne, a las insuficiencias y el chantaje. Un país regimentado, en el cual un hombre colecciona leyes para empoderarse a sí mismo, mientras hace creer a los ingenuos que su dignificación llegará, con certeza, a la vuelta de 100 años, o tal vez, de diez siglos. Las promesas del socialismo que Chávez abandera no buscan cristalizarse en el corto plazo. Todas están proyectadas para un futuro que ninguno de nosotros veremos. El futuro, para ellos, es tan sólo el tránsito largo y tortuoso al que nos están convocando, antes de desembocar en la utopía a la que jamás llegaremos.
Por suerte, el país ya ha comenzado a reconocer que son ésos los ampulosos objetivos del comandante. Por suerte, ya son menos quienes consumen la versión de su propio empoderamiento: las evidencias se acumularon hasta completar el final de este relato en el que todos, pobres y ricos juntos, compartirían el dolor la trituración causada por la boa constrictor. La Ley de las Comunas le abrió los ojos a muchos descreídos. Por eso, a última hora, se ha ordenado un retroceso: porque el poder se asustó, para demostrarnos, otra vez, con su recule, que sí se puede detener la marcha hacia el infierno.
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