Parlamento en Estocolmo
Por: Juan C. Sosa Azpúrua
La lucha ha de tener múltiples aristas. Es acertado usar al Parlamento como táctica para lograr un objetivo político, siempre que el mismo sirva para salvar a la patria de su destrucción.
Pero los nuevos diputados no dan signos de tener como prioridad la salvación de Venezuela. Sus intereses, aceptables en otro contexto histórico, son perjudiciales. Estos individuos están bloqueando cualquier camino que no conduzca a las elecciones de 2012, un destino suicida que naturalmente les tendrá a ellos como amos y a nosotros como esclavos.
Los políticos insisten en negar que los días son cemento y escombros cayendo sobre un país sepultado en el más desolador de los retrasos.
Venezuela es punta de cola de los índices internacionales que miden el progreso humano. Y lo que es peor, esta marginalidad es alentada por un régimen que ha puesto la soberanía nacional a los pies de poderes viles y foráneos, impregnando de vicios a buena parte de la población, cebada para un destino de miseria y servidumbre.
Allí vemos a los políticos hablando de las leyes que discutirán, de las unidades perfectas que lograrán y, desde luego, de la candidatura presidencial que cocinarán. ¿Y qué pasa con los que tenemos que ganarnos el pan; con los presos de conciencia; con las empresas destruidas y sus cesantes?
¿No es urgente (para ayer) librarnos del jefezote que usa la Carta Magna sólo cuando va al baño? ¿Hemos de resignarnos a este secuestro, a esta humillación?
Los políticos “opositores” colaborarán para mantenernos cautivos y dóciles, amarrados y callados frente a un verdugo insaciable.
Hay formas de escapar, salidas constitucionales que nos pueden salvar.
Pero el Síndrome de Estocolmo es la espada de Damocles y las parlamentarias su primer síntoma.
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