La caída de los déspotas
Por: José Rafael López Padrino
Gráfica: Bardas en Remojo
La caída del dictador tunecino Zine Abidine Ben Ali ha generado una profunda crisis política en el Medio Oriente, una región gobernada desde hace décadas por regímenes autoritarios, corruptos y represivos tolerados por la comunidad internacional. Los célebres "déspotas" del norte de África y del sur de Asia (Hosni Mubarak en Egipto, Hafez alAssad en Siria, Abdelaziz Bouteflika en Argelia, Muammar Gaddafi en Libia, etc.) podrían ver peligrar su poder si se produce el temido "efecto contagio" de la revuelta en Túnez, surgida en el marco de una economía maltrecha afectada por la crisis mundial que se desató en 2008, así como por la falta de libertades democráticas.
La rebelión democrático-burguesa (derrocamiento de las élites dictatoriales, elecciones libres, liquidación de los aparatos represivos, castigo a los corruptos, liberación de presos políticos) iniciada hace apenas unas semanas en Túnez, se ha ido extendiendo a todos los países de la región (Jordania, Yemen, Marruecos y Argelia), pero en especial a Egipto, demostrando que los pueblos del Medio Oriente, aunque fragmentados geopolíticamente, comparten calamidades económicas y sociales. El epicentro de este terremoto político está en Egipto, el país más importante del mundo árabe, quien marcó por muchos años el rumbo político de la región por haber sido la cuna del nacionalismo laico burgués, cuya figura emblemática fue Gamel Adbel Nasser, quien se sublevó contra lo que quedaba del imperio británico en 1952.
Desde que Mubarak asumió la Presidencia en 1981, tras el asesinato de su predecesor Anwar El-Sadat, se convirtió en el aliado más próximo de los Estados Unidos en los países árabes, y en un importante pilar geoestratégico de la política exterior de la Casa Blanca. Sus erradas políticas económicas incluyeron centenares de privatizaciones, eliminación de aranceles a las importaciones, aumentos de los precios en productos de primera necesidad y otras medidas acordadas con el Fondo Monetario Internacional. Todo ello generó condiciones económicas precarias de amplios sectores de la población (el 50% de la población vive por debajo de la línea de la pobreza), un marcado desempleo (24%), inestabilidad laboral, aumento de la pobreza (35% de la población vive apenas con dos dólares diarios), así como una falta de oportunidades para los jóvenes quienes constituyen un 40% de la población.
El autoritarismo de Mubarak está llegando a su final. La rebelión democrático-burguesa liderizada por los jóvenes precarizados y desempleados en Egipto le imponen un sello ideológico muy distinto a las anteriores revueltas políticas de la región, las cuales históricamente habían sido protagonizadas por sectores nacionalistas reaccionarios o fundamentalistas religiosos.
La rebelión democrático-burguesa (derrocamiento de las élites dictatoriales, elecciones libres, liquidación de los aparatos represivos, castigo a los corruptos, liberación de presos políticos) iniciada hace apenas unas semanas en Túnez, se ha ido extendiendo a todos los países de la región (Jordania, Yemen, Marruecos y Argelia), pero en especial a Egipto, demostrando que los pueblos del Medio Oriente, aunque fragmentados geopolíticamente, comparten calamidades económicas y sociales. El epicentro de este terremoto político está en Egipto, el país más importante del mundo árabe, quien marcó por muchos años el rumbo político de la región por haber sido la cuna del nacionalismo laico burgués, cuya figura emblemática fue Gamel Adbel Nasser, quien se sublevó contra lo que quedaba del imperio británico en 1952.
Desde que Mubarak asumió la Presidencia en 1981, tras el asesinato de su predecesor Anwar El-Sadat, se convirtió en el aliado más próximo de los Estados Unidos en los países árabes, y en un importante pilar geoestratégico de la política exterior de la Casa Blanca. Sus erradas políticas económicas incluyeron centenares de privatizaciones, eliminación de aranceles a las importaciones, aumentos de los precios en productos de primera necesidad y otras medidas acordadas con el Fondo Monetario Internacional. Todo ello generó condiciones económicas precarias de amplios sectores de la población (el 50% de la población vive por debajo de la línea de la pobreza), un marcado desempleo (24%), inestabilidad laboral, aumento de la pobreza (35% de la población vive apenas con dos dólares diarios), así como una falta de oportunidades para los jóvenes quienes constituyen un 40% de la población.
El autoritarismo de Mubarak está llegando a su final. La rebelión democrático-burguesa liderizada por los jóvenes precarizados y desempleados en Egipto le imponen un sello ideológico muy distinto a las anteriores revueltas políticas de la región, las cuales históricamente habían sido protagonizadas por sectores nacionalistas reaccionarios o fundamentalistas religiosos.
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