Emilia no quiere usar "burka"
Por:Adolfo P. Salgueiro - El Universal (VEN)
En otras culturas pueden haber creencias y usos que deben ser respetados
Este columnista tiene una nieta de siete años llamada Emilia. Ella es muy inteligente y sabida pero además es demasiado bella por lo que su padre y el suscrito le decimos en broma que cuando cumpla quince años la enfundaremos en una burka a fin de que no se le acerque ningún jovencito con pretensiones.
En una de esas conversaciones Emilia manifestó interés por conocer cómo es esa prenda que en el fundamentalismo musulmán es de uso obligatorio para las mujeres a fin de que ninguna parte del cuerpo -y menos aún el rostro- puedan ser vistos fuera de su hogar. Así las cosas consultamos por Internet para mostrar a la niña los distintos tipos de coberturas exigidas a las féminas: burka, hijab, chador, etc., hecho lo cual ella sentenció en forma inapelable que jamás dejaría que la obliguen a tal uso.
La precedente anécdota se conecta con las normativas francesa, española y de otras latitudes cuya tendencia prevaleciente es la de no permitir el uso de esas vestimentas en lugares públicos como así también exigir el rostro descubierto para los efectos de la expedición de documentos de identificación.
Como es natural no ha demorado en abrirse la polémica sobre el asunto que en definitiva no es sino el debate entre el respeto a la creencia religiosa y la costumbre ancestral frente al principio de la libertad y también el de la medida de la tolerancia debida a las minorías culturales frente a las mayorías.
Nadie pone en duda la pertinencia de las costumbres musulmanas en cuanto al trato de la mujer. Uno puede no estar de acuerdo pero resulta evidente que en otras culturas puedan haber creencias y usos que deben ser respetados, tanto más en aquellas áreas del planeta donde la religión y la cultura así lo imponen.
Pero resulta que en los países musulmanes fundamentalistas (Irán, Afganistán, etc.), no permiten a nuestras féminas cristianas vestir con el rostro descubierto, ni bellamente maquilladas ni exhibiendo su graciosa silueta. Siendo ello así ¿por qué debemos nosotros occidentales permitir lo que ellos no solo no toleran sino que castigan fuertemente? Cuando allá permitan bikinis y blue jean entonces en Occidente podremos admitir los burkas.
Si de lo que se trata es del respeto a las creencias y usos de minorías, el razonamiento precedente es igualmente aplicable.
En nuestra cultura occidental mayoritariamente igualitaria, es fundamental llevar el rostro descubierto ya que él es el espejo del alma y por tanto indispensable para cualquier tipo de relacionamiento interpersonal. Por eso, quienes desean residenciarse en países de Occidente no pueden pretender que la mayoría autóctona acepte -en los lugares públicos se entiende- lo que ellos no están dispuestos a aceptar en sus sociedades.
Por eso el papá de Emilia y su abuelo -este columnista- le hemos explicado que -tal como ella lo intuyó- su persona tiene rasgos inalienables y que le asiste el derecho de hacerlos valer cuando se encuentre bajo la influencia mayoritaria de su cultura occidental. La que no quiera burka no se mude al Islam, el que quiera burka no pretenda imponerlo en los lugares públicos en Occidente.
apsalgueiro@cantv.net
En una de esas conversaciones Emilia manifestó interés por conocer cómo es esa prenda que en el fundamentalismo musulmán es de uso obligatorio para las mujeres a fin de que ninguna parte del cuerpo -y menos aún el rostro- puedan ser vistos fuera de su hogar. Así las cosas consultamos por Internet para mostrar a la niña los distintos tipos de coberturas exigidas a las féminas: burka, hijab, chador, etc., hecho lo cual ella sentenció en forma inapelable que jamás dejaría que la obliguen a tal uso.
La precedente anécdota se conecta con las normativas francesa, española y de otras latitudes cuya tendencia prevaleciente es la de no permitir el uso de esas vestimentas en lugares públicos como así también exigir el rostro descubierto para los efectos de la expedición de documentos de identificación.
Como es natural no ha demorado en abrirse la polémica sobre el asunto que en definitiva no es sino el debate entre el respeto a la creencia religiosa y la costumbre ancestral frente al principio de la libertad y también el de la medida de la tolerancia debida a las minorías culturales frente a las mayorías.
Nadie pone en duda la pertinencia de las costumbres musulmanas en cuanto al trato de la mujer. Uno puede no estar de acuerdo pero resulta evidente que en otras culturas puedan haber creencias y usos que deben ser respetados, tanto más en aquellas áreas del planeta donde la religión y la cultura así lo imponen.
Pero resulta que en los países musulmanes fundamentalistas (Irán, Afganistán, etc.), no permiten a nuestras féminas cristianas vestir con el rostro descubierto, ni bellamente maquilladas ni exhibiendo su graciosa silueta. Siendo ello así ¿por qué debemos nosotros occidentales permitir lo que ellos no solo no toleran sino que castigan fuertemente? Cuando allá permitan bikinis y blue jean entonces en Occidente podremos admitir los burkas.
Si de lo que se trata es del respeto a las creencias y usos de minorías, el razonamiento precedente es igualmente aplicable.
En nuestra cultura occidental mayoritariamente igualitaria, es fundamental llevar el rostro descubierto ya que él es el espejo del alma y por tanto indispensable para cualquier tipo de relacionamiento interpersonal. Por eso, quienes desean residenciarse en países de Occidente no pueden pretender que la mayoría autóctona acepte -en los lugares públicos se entiende- lo que ellos no están dispuestos a aceptar en sus sociedades.
Por eso el papá de Emilia y su abuelo -este columnista- le hemos explicado que -tal como ella lo intuyó- su persona tiene rasgos inalienables y que le asiste el derecho de hacerlos valer cuando se encuentre bajo la influencia mayoritaria de su cultura occidental. La que no quiera burka no se mude al Islam, el que quiera burka no pretenda imponerlo en los lugares públicos en Occidente.
apsalgueiro@cantv.net
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