Estatocracia salvaje
Por: José Rafael López Padrino
En respuesta a su derrota del pasado 26S, el tte coronel ha anunciado nuevas estatizaciones (Agroisleña, Owens Illinois) como parte de la profundización de su mal llamada revolución bolivariana. En nombre de un ideario indigesto, el socialismo bolivariano ha secuestrado, deformado y manipulado los enunciados teóricos y políticos de la verdadera y genuina tradición socialista. El “socialismo científico”, tal como lo pregonaron sus fundadores, Marx y Engels, jamás conceptualizó a las nacionalizaciones como acciones de carácter socialista, todo lo contrario siempre señalaron la necesidad de socializar los medios de producción.
Engels en su respuesta al Profesor Karl Dühring, Privat dozent de la Universidad de Berlín (Anti-Dühring 1878) afirma “Ni la transformación en sociedades por acciones ni la transformación en propiedad del Estado suprime la propiedad del capital sobre las fuerzas productivas. En el caso de las sociedades por acciones, la cosa es obvia. Y el Estado moderno, por su parte, no es más que la organización que se da la sociedad burguesa para sostener las condiciones generales externas del modo de producción capitalista contra ataques de los trabajadores o de los capitalistas individuales. El Estado moderno, cualquiera sea su forma, es una máquina esencialmente capitalista, un Estado de los capitalistas: el capitalista total ideal. Cuantas más fuerzas productivas asume en propio, tantos más ciudadanos explota. Los obreros siguen siendo asalariados, proletarios. No se supera la relación capitalista, sino que, más bien, se exacerba”.Y todavía en 1891 Engels escribía que “cualquier nacionalización no es una abolición, sino una alteración en la forma de explotación” (carta de Engels a Oppenheim, 24 marzo 1891).
Obviamente, estatización y socialización son dos términos que designan realidades antitéticas, y ambas se excluyen recíprocamente, pues una es negación de la otra y viceversa. Reivindicar las estatizaciones realizadas por el iletrado de Miraflores, como acciones socialistas, es una falacia más de un proyecto político basado en la mentira y la manipulación de las masas. El tte coronel ha afirmado en forma reiterada que las empresas del Estado “son de todos”; que “pertenecen al pueblo” e incluso que los trabajadores deben sacrificarse por ellas. Pero la realidad es otra, se trata de empresas que trabajan bajo el esquema capitalista, que extraen plusvalía, y favorecen la acumulación del capital. Las empresas estatales deben recurrir a los mercados financieros, competir con otras empresas capitalistas, por lo que se impone un régimen de ganancias y “disciplina” laboral. Las empresas estatizadas de Guayana, las Cementeras, así como la propia PDVSA son buenos ejemplos, en donde la rentabilidad de dichas empresas ha impuesto la reducción de los costos de producción. Ello ha llevado al gobierno a desconocer importantes conquistas laborales de los trabajadores, a imponer condiciones precarias de trabajo (tercerización), así como profundizar niveles de explotación. Todo ello bajo la excusa del socialismo bolivariano. ¿Qué tiene ello cualitativamente distinto con respecto a lo que sucede con cualquier otra empresa capitalista? Simplemente quien es el patrón. Pero además de exacerbar la explotación, estas estatizaciones han aumentado el control social que ejerce el régimen sobre las bases obreras, así como ha debilitado al movimiento obrero, hipotecando su independencia de clase.
No olvidemos que muchos regímenes burgueses han utilizado las estatizaciones para reforzar posiciones muy reaccionarias contra los trabajadores. Por ejemplo, en el siglo XIX el régimen de Bismarck en Alemania estatizaba empresas –lo que dio pie al surgimiento de los socialistas estatistas criticados por Engels– a la par que mantenía fuertes leyes anti-socialistas. En los años treinta, en la Depresión, muchos gobiernos, incluso conservadores, fueron estatistas. En la posguerra, la debilitada Inglaterra apeló a extensas nacionalizaciones de industrias y servicios públicos, que fortalecieron el poder del capital. Los regimenes políticos autoritarios nazi-fascistas propiciaron un estatismo, sin que ello se tradujera en mejoras sociales para los trabajadores. Igualmente sucedió con los gobiernos mal llamados socialistas de la Unión Soviética y de la Europa Oriental, quienes en nombre de las ideas de Marx y Engels impusieron un estatismo totalitario que exacerbó la explotación precisamente de los trabajadores, a quienes supuestamente representaban. Algo similar ocurrió en otros países, como Austria o Francia. En las décadas de 1940 y 1950, la dictadura española de Franco era “estatista”, y nadie podría sostener, con un mínimo de seriedad, que se trataba de un régimen socialista favorable a los trabajadores. Citemos también el caso de Egipto en los cincuenta, cuando bajo el régimen de Nasser se estatizó gran parte de la economía. Sin embargo, tales estatizaciones nunca fueron acompañadas por mejoras sustanciales de los trabajadores, todo lo contrario condujo a una profundización de su explotación. Y hoy, con la crisis económica en curso, muchos gobiernos han recurrido, de nuevo, a la estatización de empresas y bancos, para salvar al capital, como ha sucedido recientemente en los Estados Unidos. El presidente Obama, a quien nadie puede acusar de socialista, ha estatizado algunas empresas como parte de su plan de rescate económico para impulsar la maltrecha economía norteamericana.
Estatismo no es socialismo, todo lo contrario representa un modelo irreconciliable con la concepción originaria del socialismo, el cual promueve la socialización de los medios de producción, es decir, libre participación de todos los sectores sociales en las actividades económicas sin intermediarios burocráticos. El verticalismo estatizante que promueve el tte coronel (entiéndase capitalismo de Estado) oprime a los trabajadores, componente creativo de las fuerzas productivas, y paradójicamente el sujeto social de todo cambio revolucionario. Además, reproduce la barbarie militarista de las dictaduras fascistas que gobernaron durante casi dos décadas en el cono sur de nuestro continente
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