Otto J. Reich: Hay que intervenir antes que Chávez se convierta en el Qaddafi de América Latina
Por: Otto J. Reich*
Cuando Hugo Chávez voló a Trípoli en 2004 para recibir el Premio “ Muammar Gadafi Internacional para los Derechos Humanos”, se unió a un club selecto. Otros beneficiarios del premio incluyen a Fidel Castro de Cuba, Evo Morales de Bolivia y Daniel Ortega de Nicaragua. Esto no debería sorprender. No es casualidad que el premio haya sido otorgado a algunos de los déspotas más tiránicos y antiestadounidenses del tercer mundo. Ellos comparten con Qaddafi. esas cualidades y ademas un odio a la libertad individual. La relación entre Qaddafi y los “Premios” ha sido larga y se remonta, en el caso de Castro y Ortega, a la cooperación con las guerras terroristas de los años 70 y 80.
Aunque con el Presidente Chávez fue una relación tardía, él no perdió tiempo en consu¬mar la amistad y unirse al club. En 2009, durante una visita oficial de Estado de Qaddafi a Venezuela, Chávez le dio la orden Simón Bolívar, el más alto honor que otorga Venezuela y dijo: “lo que Simón Bolívar es para Venezuela, Qaddafi lo es para Libia”. En realidad, Bolívar era un admirador de George Washington y el artífice de la independencia de seis naciones de América del Sur. Bolívar hoy se calificaría como un demócrata en el sentido clásico, no un candidato para el Premio de Qaddafi.
La razón de Chávez para halagar a Qaddafi fue sincera: imitarlo. Para Chávez, interesado en seguir el ejemplo de Qaddafi, la relación parecía natural. Un poderoso Qaddafi ha metido su nariz en la comunidad internacional durante cuatro décadas, patrocinando a algunos de los peores terroristas de todo el mundo y estableciendo incluso el “Harvard de Tiranos,” un centro de formación que ha producido algunos de los revolucionarios más radicales del mundo. Asimismo, desde que alcanzó el poder Chávez ha utilizado la riqueza petrolera de la nación para apoyar a organizaciones terroristas como las FARC y el ELN en Colombia, la ETA vasca en España y Hezbolá en su intento de “marcar el comienzo de un nuevo orden mundial” y “provocar el colapso del Imperio (Estados Unidos).” Como hizo Gadafi, Chávez ha establecido un control militarista en su país, y, también como Qaddafi hizo con su grandioso panafricanismo, se colocó a la cabeza de una coalición Panamericana que subvenciona generosamente, la Alianza Bolivariana de las Américas (ALBA), integrada por Venezuela, Cuba, Bolivia, Ecuador y Nicaragua.
Pero, de repente, la situación se ha vuelto complicada. Desde enero de este año, el mundo árabe ha sido sacudido. Cayeron los regímenes menos crueles de Túnez y Egipto. Un poco lento en la reacción, el Presidente Obama finalmente ha hablado con resolución. Ha pedido a Qaddafi “dimitir del poder”. Es evidente que la desaparición del régimen de Qaddafi será buena para la democracia y la libertad en el norte de África. Pero también es bueno para las Américas. Como el galardonado periodista Douglas Farah observa en el artículo “Harvard para los terroristas” antes citado, no sólo Chávez y Ortega pisotean las constituciones de sus países y se mueven hacia dictaduras igual que Qaddafi y “apoyan las fuerzas armadas revolucionarias de Colombia (FARC) un grupo terrorista que produce más de la mitad de la cocaína del mundo y dos tercios de la cocaína que entra en los Estados Unidos. ”
Chávez y su frente del ALBA se ofrecieron a mediar en un esfuerzo desesperado por ayudar a Qaddafi a permanecer en el poder. Probablemente, al “oler una rata”, el portavoz del Departamento de Estado Philip Crowley dijo, “no se necesita una Comisión Internacional para decir lo que tiene que hacer el Coronel Gaddafi por el bien de su país…”
Estas palabras firmes de la administración Obama son alentadoras, y es de esperar que pronto el mundo sea libre del “mad dog de Oriente Medio,” como el Presidente Reagan llamo a Qaddafi. Sin embargo, hay una inconsistencia en el mensaje del Gobierno de Estados Unidos que llama a la libertad y la democracia en Egipto, Túnez y Libia, mientras que hace caso omiso de la difícil situación de los más cercanos a casa y por eso continuará sufriendo una crisis de credibilidad. En Venezuela, en la última década, marchas de múltiples personas, millones, (mucho mayores que lo que se ve en el Cairo) exigieron la dimisión de Chávez quien es cada vez más autoritario. Pero los medios de comunicación internacionales y los “liberales” de U.S. criticaban las protestas espontáneas como una invención de la administración Bush. En Cuba, incluso frente a un régimen totalitario que ha ejecutado miles de adversarios políticos, cientos de presos políticos y sus familias han ido a huelgas de hambre para protestar por la falta total de libertad en la isla 52 años después de una revolución que supuestamente se libró para restaurar los derechos humanos. Y sin embargo, algunos sectores de la sociedad estadounidense, tan rápida para apoyar los movimientos de liberación en partes distantes geográficamente y cultural del mundo, siguen soportando a sus cercanos dictadores.
La semana pasada, el actor Sean Penn fue a Caracas apoyando asi al hombre que ha llamado al carnicero de Trípoli “un amigo”. En Cuba, un regimen que desmanteló totalmente la infraestructura de la sociedad civil, a un costo humano que nunca podra ser conocido plenamente, ha celebrado más de medio siglo en el poder, diez años más que Qaddafi, sin dejar de dar la bienvenida a izquierdistas cortesanos (la semana pasada fue el actor puertorriqueño Benicio del Toro).
Puede ser que haya muchos dictadores en el mundo que enfrentar. Y, sin duda, debemos actuar sobre la base de la economía, seguridad y prioridades geopolíticas, no sobre la emoción. Pero precisamente por estos motivos, fomentar la libertad en nuestro hemisferio es importante. Un régimen como el de Chávez que subvenciona a otros dictadores, apoya a los terroristas y sirve como un refugio para los traficantes de drogas, blanqueadores de dinero y las FARC representa un peligro inminente para la seguridad de los Estados Unidos. La ubicación de Venezuela cercana a el Caribe, los Andes y la Amazonía, con fácil acceso a América Central y a sólo tres horas de Miami, la hace eminentemente más peligrosa que los Estados terroristas a medio mundo de distancia. La influencia maligna de Chávez puede medirse por los más de 10 millones de dólares al día en dinero del petróleo que le da a Cuba, casi igual a la de 5 mil millones de dólares al año con que los soviéticos mantuvieron a Castro a flote durante más de 30 años.
Es bueno que dictadores en el Medio Oriente sean por fin ser derrocados y que el Presidente Obama, finalmente, haya pedido a Qaddafi su dimisión. Sin embargo, la administración debe explicar por qué no dice lo mismo acerca de Castro y Chávez, o por qué los cubanos y venezolanos que incansablemente protestan durante años contra sus dictadores no reciban ningún apoyo de la administración norteamericana. ¿Por qué vemos en cambio que el Gobierno cubano recibe incentivos financieros de los Estados Unidos? ¿Por qué Morales en Bolivia y Ortega en Nicaragua, y los aliados Castro-Chávez no reciben ningun rechazo por sus esfuerzos incansables en someter a sus pueblos? Por eso es fácil entender por qué algunos estadounidenses han concluido en que la administración Obama está más interesada en apaciguar su base política que en el reemplazo de los dictadores antiestadounidenses.
Ahora que, al parecer, Obama ha encontrado una voz, la administración debe hablar firmemente y sistemáticamente en su oposición a las dictaduras de cerca y de lejos. Ahora es el momento de apoyar la democracia en todo el mundo, especialmente en Venezuela, antes de que Hugo Chávez logre convertirse en Muammar Gadafi deLatinoamérica.
National Review
*Otto j. Reich fue embajador de Estados Unidos en Venezuela bajo el Presidente Ronald Reagan y Asistente del Secretario de Estado y miembro del Consejo de Seguridad del Presidente George W. Bush.
Etiquetas: Terrorismo de Estado
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