La implosión del Mercosur

Por Adrián Cattivelli

acattivelli@abc.com.py

Fuente: ABC Color Py.

Solo y sin ningún “auxilio” externo, se desintegra el Mercosur a toda prisa, fruto de las incoherencias de sus propios miembros, la falta de un rumbo claro, la inexistencia de un espíritu de cuerpo y, sobre todo, la deslealtad a sus propósitos fundacionales. Lo que inicialmente respondía al interés compartido de construir un espacio compartido para la promoción del desarrollo económico y social de sus integrantes, terminó por convertirse en un promiscuo mejunje de ideologías y complicidad de liderazgos personales.

Y digo que solito se embarcó en la frenética e inexplicable labor de su suicidio, porque durante largos años debimos escuchar que los enemigos del bloque estaban afuera, que ellos se confabulaban para lograr su desintegración, y que el buque insignia de aquel “ataque” era –cuándo no– el mil veces maldito imperio yanqui, en su vil pretensión de acabar con cualquier atisbo de unión entre los del sur.

En la separación de estos debía explicarse el fenómeno de su inicua “dominación”.

Pero he aquí que el distante monstruo de siete cabezas hace ya demasiado tiempo que perdió todo interés en el Mercosur, por lo menos desde 2005, cuando este le dijo que no tenía el más mínimo interés de profundizar el intercambio comercial con la primera potencia del mundo. Actualmente, si alguna mirada tiene hacia nuestra región la administración de los Estados Unidos, es más bien de remota indiferencia.

El peor ataque a la existencia del Mercosur fue propinado el pasado 29 de junio, en la Cumbre Presidencial de Mendoza, cuando Dilma Rousseff, Cristina Fernández de Kirchner y José Mujica dispusieron la arbitraria suspensión del Paraguay y el ilegal ingreso de Venezuela de Hugo Chávez al proceso de integración regional. El escándalo que supuso el pisoteo de la normativa comunitaria vigente tuvo perplejos testigos a lo largo y ancho del mundo.

Esta fue, desde luego, la estocada final, la certera, la mortal, porque ante el planeta entero se proclamó, con asombrosa inverecundia, que el derecho vale un comino, que los acuerdos regionales están de adorno y que acá se hace lo que se quiere. El mundo tomó debida nota, y sabe que con gente así no hay garantías posibles ni reglas de juego mínimamente claras. Los europeos se preguntan, no sin justificada sorpresa: si entre ellos se tratan así, ¿qué podríamos esperar que hagan con nosotros?
Pero las cosas, es preciso reconocerlas, vienen mal de lejos, desde muy lejos. Por algo en el año 2000 se propuso una “ambiciosa” agenda que contemplaba el “Relanzamiento del Mercosur”, porque los propósitos fundacionales hacían agua por todos lados. Y siguió de la misma manera en la década siguiente. La propuesta, como era de esperar, naufragó por el camino.

Es que en el Mercosur ni siquiera puede decirse que esté plenamente vigente lo que establece el primer artículo del mismo tratado que le dio origen, el de Asunción, según el cual el bloque debía convertirse en un Mercado Común que implicaría la libre circulación de bienes, servicios y factores productivos; el establecimiento de una política comercial común, y la coordinación de políticas macroeconómicas (siempre obstruida por la no incorporación del principio de supranacionalidad).

Este es el lastre que se viene arrastrando desde lejos y al que ahora –porque según nuestros socios “lo político se impone largamente a lo jurídico”– se terminó por transformar en un muerto al que ni la mismísima divinidad se atrevería a resucitar. Es que el cadáver hiede y ya nadie se le quiere acercar.

Es muy difícil que esta realidad adversa pueda ser revertida en el mediano plazo, aunque para quienes profesan la fe siempre queda lugar para la sobrenatural acción de los milagros. En esta coyuntura, cabe al Paraguay y a quienes lo habitamos definir si queremos seguir acompañando el cortejo fúnebre que porta los restos del difunto, o si, por el contrario, seguiremos nuevos derroteros para bregar por una inserción internacional más equitativa y, sobre todo, con mayores beneficios que propendan al anhelado desarrollo económico y social de nuestro pueblo.