El nuevo presidente

Por: Ana Black

Bueno, por fin tenemos nuevo gobierno. Gracias a quien le corresponda recibirlas logramos salir del nefasto régimen anterior.

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Me animó mucho escuchar a este nuevo presidente declararle la guerra a la burocracia y la corrupción. Eso se podría interpretar como que, en muy pocos meses, este naciente gobierno debe haber reducido a su mínima expresión los más de treinta vagones que arrastraba el tren ministerial del régimen anterior. También fui feliz al oír que esta administración va a luchar contra la descomposición que impuso la pasada.

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El nuevo presidente juró sobre la constitución (aunque después amenazó cambiarla, lo que nos pone a dudar sobre la validez del primer juramento), que no dará descanso a brazos ni piernas ni nada hasta que no logre construir lo que durante ocho años nos estuvo ofreciendo el régimen predecesor.

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Lo de la nueva distribución territorial me tiene estremecida de la emoción. Eliminar de una buena vez todo lo que sea alcaldías, municipios, estados y estorbos de ese tipo para llegar a la gloria de que Venezuela sea un solo y gran estado sin divisiones odiosas, le ahorraría al país ese dineral en residencias oficiales, nómina, luz, agua, choferes, guarda espaldas, elecciones y otros. Es más, si yo fuera este nuevo presidente me dejaría de concesiones tipo “poder comunal” y necedades de esas, para dejarlo todo en manos de una sola persona, una especie de alcalde-gobernador-presidente-papitomirey que sea capaz de resolverlo todo, asumir todas las responsabilidades, estar en todas partes y controlar todos los problemas porque, ya lo dice el sabio refrán: “muchas manos en el plato ponen el caldo rojo, rojito”.

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Yo estoy contenta, después de ocho años de los que no sacamos más que una trocha, medio tren a los valles del Tuy, un cuarto de metro a Los Teques y un piacito de autopista a Oriente tenemos ¡por fin! un gobierno lleno de promesas que nos va a guiar por la ruta del orden y el progreso del siglo XXI.

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¡Ja-leeluiaaa!