Bombilllos Socialistas
Por Andrés Matas Axpe
Lograr los mismos niveles de iluminación consumiendo menos energía es, sin ninguna duda, algo deseable. Sin embargo, como ocurre con casi todas las cosas, en medio de ese loable deseo se atraviesa siempre la economía. Si para lograr el ahorro energético se requiere utilizar un bombillo que cuesta más que la energía ahorrada, la ventaja se desvanece. Inclusive, si el ahorro se logra en un plazo relativamente largo, digamos dos años, gracias a una combinación de menor consumo de electricidad y mayor duración de los bombillos, resultará muy difícil para el consumidor estimar los beneficios futuros y compararlos con la mayor inversión en el presente que implica comprar un bombillo más caro.
Estas consideraciones están presentes en los programas de reemplazo de bombillos incandescentes por otros más eficientes que se están empezando a aplicar en los EEUU. El liderazgo lo tiene California, pero se está extendiendo rápidamente a otros estados y a otros países. En consecuencia se están aplicando políticas públicas que ayuden a las señales del mercado a estimular el ahorro y lleven, en un mediano plazo, a la sustitución total, o al menos de la gran mayoría, de los bombillos incandescentes.
De todos modos la batuta la lleva el mercado. El aumento de los hidrocarburos líquidos y gaseosos ha impactado los precios de la electricidad empezando a justificar la inversión en equipos más eficientes. Si a esto se le suman impuestos que se comienzan a aplicar a los bombillos tradicionales, tiende a inclinarse la balanza a favor de la eficiencia, justificándose la mayor inversión inicial. Las políticas se complementan con programas informativos que convenzan al consumidor de los beneficios que obtendrá con el ahorro.
La comparación de estos programas con el que está aplicando nuestra revolución en el marco de la Misión Revolución Energética, resulta ejemplarizante, porque muestra claramente las diferencias entre el capitalismo y el socialismo como método para entender la economía. La característica principal de los programas capitalistas es que la decisión final la tiene el consumidor, el cual libremente escogerá los bombillos que tenga a bien instalar. Las políticas públicas le brindan estímulos y le informan para que decida, pero es el consumidor quien ejerce su opción y quien paga por ella.
En nuestro programa la decisión económica la ejerce el gobierno y la paga el Estado. En esa instancia superior se sentenció que reemplazar unos bombillos por otros era bueno y viene un señor a tu casa, te coloca los nuevos y se lleva los viejos. Tu criterio económico no entra en juego y nadie te pregunta por él. Pero sucede que un tercio de los hogares consumen menos de 200 KWh mensuales, lo que les da derecho a pagar un monto subsidiado que es fijo y, en consecuencia, les resulta indiferente el ahorro. A esto hay que sumar la cantidad de gente con conexiones ilegales que no pagan por el servicio y en consecuencia tampoco se benefician del ahorro.
De esta forma el programa tendrá que sostenerse siempre por el Estado, ya que el consumidor no percibe los beneficios económicos y no estará dispuesto a dedicar una porción mayor de su ingreso a comprar un bombillo eficiente, a menos que prohíban los incandescentes. El Estado decidió que hay una ganancia para la sociedad porque al moderarse la demanda se reducen las inversiones en todas las fases del servicio y, en consecuencia, aplicó el programa. No es casual que la inspiración sea cubana, al final en Cuba sólo se venden (o se reparten) los bombillos que el Estado tiene a bien adquirir y se consiguen cuando el Estado puede costearlos. Por suerte, en nuestro socialismo rentista del siglo XXI, el petróleo nos permite cambiar los bombillos, al menos por ahora.
Estas consideraciones están presentes en los programas de reemplazo de bombillos incandescentes por otros más eficientes que se están empezando a aplicar en los EEUU. El liderazgo lo tiene California, pero se está extendiendo rápidamente a otros estados y a otros países. En consecuencia se están aplicando políticas públicas que ayuden a las señales del mercado a estimular el ahorro y lleven, en un mediano plazo, a la sustitución total, o al menos de la gran mayoría, de los bombillos incandescentes.
De todos modos la batuta la lleva el mercado. El aumento de los hidrocarburos líquidos y gaseosos ha impactado los precios de la electricidad empezando a justificar la inversión en equipos más eficientes. Si a esto se le suman impuestos que se comienzan a aplicar a los bombillos tradicionales, tiende a inclinarse la balanza a favor de la eficiencia, justificándose la mayor inversión inicial. Las políticas se complementan con programas informativos que convenzan al consumidor de los beneficios que obtendrá con el ahorro.
La comparación de estos programas con el que está aplicando nuestra revolución en el marco de la Misión Revolución Energética, resulta ejemplarizante, porque muestra claramente las diferencias entre el capitalismo y el socialismo como método para entender la economía. La característica principal de los programas capitalistas es que la decisión final la tiene el consumidor, el cual libremente escogerá los bombillos que tenga a bien instalar. Las políticas públicas le brindan estímulos y le informan para que decida, pero es el consumidor quien ejerce su opción y quien paga por ella.
En nuestro programa la decisión económica la ejerce el gobierno y la paga el Estado. En esa instancia superior se sentenció que reemplazar unos bombillos por otros era bueno y viene un señor a tu casa, te coloca los nuevos y se lleva los viejos. Tu criterio económico no entra en juego y nadie te pregunta por él. Pero sucede que un tercio de los hogares consumen menos de 200 KWh mensuales, lo que les da derecho a pagar un monto subsidiado que es fijo y, en consecuencia, les resulta indiferente el ahorro. A esto hay que sumar la cantidad de gente con conexiones ilegales que no pagan por el servicio y en consecuencia tampoco se benefician del ahorro.
De esta forma el programa tendrá que sostenerse siempre por el Estado, ya que el consumidor no percibe los beneficios económicos y no estará dispuesto a dedicar una porción mayor de su ingreso a comprar un bombillo eficiente, a menos que prohíban los incandescentes. El Estado decidió que hay una ganancia para la sociedad porque al moderarse la demanda se reducen las inversiones en todas las fases del servicio y, en consecuencia, aplicó el programa. No es casual que la inspiración sea cubana, al final en Cuba sólo se venden (o se reparten) los bombillos que el Estado tiene a bien adquirir y se consiguen cuando el Estado puede costearlos. Por suerte, en nuestro socialismo rentista del siglo XXI, el petróleo nos permite cambiar los bombillos, al menos por ahora.
Piense Ud. cuál sistema le gusta más, aquel en el que Ud. es un ciudadano y decide o aquel en el que es un objeto sujeto al criterio de papá Estado.
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