El Este Arderá
Por: Victoriano Felizardo
Fuente: Soberania.org
Poco antes de las elecciones presidenciales celebradas el pasado 6 de diciembre de 2006, aparecieron en Caracas unas pintas o graffitis con leyendas sospechosamente similares: “Si no aceptan su derrota el Este arderá”. Se refieren al este de la ciudad capital, donde –principalmente– se encuentran dispersas las urbanizaciones de la atemorizada "oposición", conformadas mayoritariamente por las clases medias. La foto que encabeza el artículo fue tomada en la popular zona caraqueña de La Pastora, cerca de la esquina de Dos Pilitas, el 24 de abril de 2007 y aún permanece allí como testimonio ignominioso y parte macabra de la reciente memoria colectiva de la V República.
Poco antes de las elecciones presidenciales celebradas el pasado 6 de diciembre de 2006, aparecieron en Caracas unas pintas o graffitis con leyendas sospechosamente similares: “Si no aceptan su derrota el Este arderá”. Se refieren al este de la ciudad capital, donde –principalmente– se encuentran dispersas las urbanizaciones de la atemorizada "oposición", conformadas mayoritariamente por las clases medias. La foto que encabeza el artículo fue tomada en la popular zona caraqueña de La Pastora, cerca de la esquina de Dos Pilitas, el 24 de abril de 2007 y aún permanece allí como testimonio ignominioso y parte macabra de la reciente memoria colectiva de la V República.
La decisión de Hugo
Si bien es cierto que al asumir la presidencia de Venezuela el teniente coronel Hugo Chávez -febrero de 1999-, encontró un país severamente dividido a causa de la inequidad social, vilmente promovida por una irresponsable, imbécil y depredadora clase política apoyada por las no menos inconscientes y parasitarias clases medias y altas, que dio origen a que casi el 80% de la población se encontrase (se encuentra aún) en condiciones indignas y en precaria pobreza, también es cierto que un estadista en similar situación habría escogido el camino de proveer mayor justicia social en la distribución de la riqueza y la urgente democratización en la participación política en procura de la unidad nacional -factores imprescindibles para alcanzar la tan ansiada paz social-, y no escoger la vía de la continua confrontación de clases a través del inmoral y criminal recurso de la incitación permanente del odio social con fines inconfesables: ganar elecciones, desarrollar cómodamente su "proyecto" castrista-militar y, lo más importante, permanecer en el cargo indefinidamente.
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El odio social, fomentado, exacerbado y aupado por el actual gobierno, es la principal característica que lo define como régimen fascista, además del uso de otros recursos como el racismo que apenas comienza a destilarse en los discursos del máximo líder y sus acólitos. Este instrumento de guerra psicológica, el odio social, ha permitido al teniente coronel capitalizar y mantener cautivo un mayoritario segmento de mercado político constituido por la masa empobrecida, la misma que hoy se siente reconocida como actor político y que –paradójicamente- a causa de la permanente pugnacidad y confrontación provocada por el discurso gubernamental, increíblemente ha renunciado a sus derechos políticos en la participación y administración de la enorme renta petrolera a cambio de migajas clientelares; ha permitido la usurpación presidencial de “su protagonismo” en el ejercicio del tan cacareado “Poder Popular”; y permanece irracionalmente de espaldas a una realidad que amenaza con aplastarla en el corto plazo, cuando las fantasías y esperanzas extraordinariamente bien mercadeadas por el “presidente de los pobres”, sean ya económicamente insostenibles. Como en efecto dentro de los próximos dos años lo serán.
La raya amarilla
Chávez lo sabe, el pasado 28 de mayo, con el cierre arbitrario del canal RCTV, dejó atrás el punto del no retorno y, a su vez, ese memorable día marcó el inicio de la inevitable represión que en el mediano plazo precederá su caída. Él sabe que ya ha acumulado suficientes méritos para ser enjuiciado por crímenes de lesa Patria y lesa Humanidad. Por ello, sabe que no puede detenerse, y no lo hará. Sin embargo, su ciego y descomunal ego no le permite comprender que él representa nuestro más oprobioso y oscuro pasado, y que su falsa revolución inevitablemente formará parte de un deprimente capítulo más del basurero de la historia. Será entonces cuando entremos, ¡por fin!, al Siglo XXI.
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