La preguntilla, por sí sola, es infame. En ella siempre está sugerido un sarcasmo que hace vecindad con la indecencia. Es comprensible que fuera de Venezuela haya todavía quien la formule: los procesos políticos adquieren siempre matices diferentes cuando se les mira desde el exterior. Alguien ajeno a nuestra historia puede hallar discrepancias entre las denuncias sobre el estado de la libertad de expresión y la ficticia realidad que se observa. Pero las apariencias engañan, como reza el dicho...
Que las voces críticas mantengan su brío y su volumen para cuestionar los procederes de la revolución no significa que las cosas marchen por buen camino. Afirmar que nunca hubo un momento de mayor esplendor y que no hay amenazas tangibles contra la libertad de expresión es más que una canallada. Cuando el país alza la voz contra el atropello del poder no está haciendo uso de una concesión graciosa de las autoridades revolucionarias: lo que la sociedad hace es un ejercicio firme de resistencia ante la progresiva confiscación de un derecho.
La existencia y el vigor de la opinión crítica no representa una prueba de que la libertad de expresión vive un tiempo de oro. En Venezuela, la denuncia y el cuestionamiento permanente es más bien la comprobación del tipo de ciudadanos al que se está enfrentando el régimen: los venezolanos están forcejeando con el poder autoritario. En el forcejeo, el gobierno se emplea a fondo para enmudecer a la gente. La lista de Tascón y la de Maisanta no sólo constituyen el arma más violenta contra la libertad de expresión y pensamiento, sino también el mejor ejemplo de la coyuntura que los escribientes del proceso niegan.
Es inadmisible que un periodista confunda la presencia de la crítica con el ejercicio pleno de la libertad de expresión. Puede aceptarse que lo haga un desentendido del tema, pero nunca un periodista: quien ejerce esta profesión sabe que el poder posee todo un parque de artilugios y posibilidades abiertas y encubiertas para callar a la gente... Son muchas y variadas las iniciativas adoptadas por el régimen para desmejorar y reducir la calidad de la libertad de expresión. El desvalijamiento se ha dado a cuentas gotas y ante la mirada esquiva de los majaderos que, poniendo caras de "yonofuí" siguen repitiendo la pregunta babosa que complace a su patrón: "¿Cómo que no hay libertad de expresión, si usted está aquí criticando?".
La sola interrogante es complicidad. Con ella ayudan a ocultar el verdadero fondo del asunto: la sociedad venezolana está batallando con las autoridades para impedir que éstas la hundan en el silencio. La pregunta, por tanto, es otra: ¿respeta el Gobierno la libertad de expresión? El poder no puede responderla porque es parte de la tragedia... Los ciudadanos sí están en capacidad y lo hicieron en la extraordinaria marcha de este 27 de junio.
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