Conciencia vs Violencia
Por: Manuel Isidro Molina
Foto: Violento Profesional Chavista
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Suenan tambores de guerra. A las partes extremistas del chavismo y el antichavismo les corresponde amarrar a sus locos, cualquiera sea su nivel de responsabilidades.
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Los insensatos tejen planes cruentos, de lado y lado, sobre un país inmenso y promisorio que quiere paz, justicia social, participación democrática con libertad y solidaridad. Trabajan para encresparnos hacia un campo de lucha fratricida, cuyas principales señales las anda soltando intimidatoriamente el gobierno con aires fascistas, prevalidos los agentes gubernamentales de impunidad y abuso de poder.
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La visión monocromática, autoritarista y militarista del presidente Hugo Chávez Frías, quien se cree jefe de un cuartel llamado “Venezuela”, nos empuja hacia la imposición de un sistema político, económico, social y cultural realmente retrógrado, con un rasgo esencial, definitorio: concentración autocrática del poder, él y sólo él hasta en la sopa, un gobernante ansiosamente omnipresente, supuestamente omnisciente y omnipotente. Rodeado de subalternos acríticos, viene estirando la cuerda política con abuso de poder, verbo insultante y una serie de políticas excluyentes, discriminatorias: ha pretendido dividir al país entre “patriotas” y “traidores”, siendo los primeros los de su bando –con idéntico maniqueísmo que George W. Bush- y los segundos, quienes disentimos de sus trasnochadas ocurrencias, incluido cualquiera de su entorno que ose decir algo que roce su autoritarista ego, su jefatura única.
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Violencia de Estado
A Chávez le temen los suyos. Saben que es un trapiche, para triturar y botar cual bagazo a quien no atienda sus órdenes y ocurrencias. Desde la cúspide miraflorina, se ha tejido un sistema de violencia de Estado que amenaza y ha afectado a millones de venezolanos y venezolanas, chavistas y no chavistas por igual. “Lista Tascón”, “Lista Maisanta”, el “rojo rojito” en PDVSA, el insulto y apaleo de “opositores”en plazas públicas, justicia torcida y no pocas veces tarifada, corrupción policial, descarada corrupción administrativa que excluye a quienes no se bajen de la mula, amenazas represivas, descalificaciones y mensajes monopartidistas desde los medios radioeléctricos del Estado con total impunidad, coacción y cercos económico-publicitarios contra medios de comunicación social independientes, obstrucción de fuentes informativas y del libre y acucioso trabajo reporteril e investigativo de los periodistas, servicios de espionaje que alcanzan (como en tiempos de Jaime Lusinchi y Blanca Ibáñez) hasta a los habladores de pendejadas, todo lo cual se conjuga con el más espantoso sectarismo político y la militarización de los servicios de seguridad, con una Fuerza Armada que está dejando de ser “Nacional” para recalar en instrumento personal del líder único y su política monopartidista, dizque “socialista”.
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Eso es violencia de Estado. Pero además, está el cuadro de violencia generalizada en la sociedad venezolana, donde cada día son asesinadas unas treinta y cinco (35) personas, ocurre un secuestro cada 72 horas, y todos los días millares de personas son víctimas de robos, atracos, heridas de bala y armas blancas, cuyas estadísticas dejaron de ser importantes para el gobierno.
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Adicionalmente, nuestra población está sometida a la violencia que generan las arbitrariedades, la corrupción y la incompetencia gubernamentales: escasez de alimentos básicos, falta de viviendas (el déficit se ha montado en 1,8 millones de unidades habitacionales), especulación y carestía de la vida hasta el brutal espectáculo de buhoneros “rojos rojitos” con patente de corso para vender leche adulterada a 25 mil bolívares el kilo, en pleno corazón de Caracas. Un tráfico automotriz que para los pelos y obstruye el normal desenvolvimiento de la vida en nuestras principales ciudades, anárquico y agresivo desplazamiento de motorizados sin ley, y un transporte público de los peores en América Latina. Todo eso, después de ocho años y ocho meses de gobierno petrodolarizado: 104 (ciento cuatro) meses de gobierno, casi una década. Esto también es violencia.
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La mesa está servida. El violentismo opositor
Frente al descrito cuadro de exacerbación de ánimos, existe un sentimiento mayoritario que muestra la auténtica aspiración del pueblo venezolano a vivir en paz, con justicia social y en libertad. Lo que no puede ser despachado como “antichavismo”, “oposición”o “traidores”, porque incluye a la mayor parte de esa primera minoría de venezolanos y venezolanas que respalda al presidente Hugo Chávez, aunque a él y sus subalternos no les interese reconocerlo.
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Esa mayoría democrática y solidaria, profundamente libertaria y plural, exige respeto y ponderación para encontrar salidas civilizadas a la crisis que vivimos, en paz. Y así como rechaza la sistematizada violencia de Estado, no comparte los postulados del ultraminoritario violentismo opositor que tremola banderas para el asalto antidemocrático del poder, a propósito del abusivo ejercicio chavista del poder.
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Conciencia popular democrática
Quienes constatamos la inconveniencia del camino chavista al monopartidismo, el autoritarismo y la segregación política, debemos cultivar y aferrarnos a la conciencia popular democrática del venezolano para resaltar, cultivar y defender el civilismo alimentado por la diatriba abierta y solidaria de los problemas, temas y opciones. Esa conciencia popular democrática permitirá derrotar el bodrio constitucional de Chávez, cuyas características (las del bodrio) espantan a cualquier persona racionalmente justa, en pleno siglo XXI. No caer en las provocaciones de la “violencia de Estado” ni en las del “violentismo opositor”, es fundamental.
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