China: Socialismo o Perversa Explotación
Por: José Rafael López Padrino
Foto: Esclavos ChinosEl tte coronel y muchos de sus amanuenses suelen identificarse, con relativa frecuencia, con el "socialismo chino" y más recientemente festejaron la cosecha de medallas olímpicas por parte de los atletas de ese país como un "éxito socialista". Nada más falso, China no es un país socialista. China significa, por un lado, el mantenimiento de un régimen burocrático sin el menor rasgo de democracia para los obreros y campesinos; y, por el otro lado, representa la restauración del capitalismo, pero no en medio de un caos como se hizo en Rusia, sino bajo la regulación de un estado fuerte y poderoso, a la sombra del cual jerarcas de la burocracia se han hecho millonarios surgiendo así una potente burguesía china, mientras la clase trabajadora sufre una explotación salvaje a manos de las corporaciones extranjeras y las empresas nacionales.
Sobran los hechos para demostrar que China no es un país socialista, sino un país capitalista, que se rige bajo las leyes del mercado, exportando sus excedentes de capital financiero a países pobres, tal como lo hace cualquier potencia imperialista. Basta dar sólo algunos datos. En 1998 el sector público abarcaba todavía el 57% de la economía china (excluyendo la agricultura), en el 2001 ya el sector privado superaba al público: 51,8% privado versus 48,2% público, y en el 2007 la propiedad privada ya era del 67%. Si lo medimos desde el punto de vista de la producción la diferencia es aún mayor: Lo que comenzó a principios de los años 80, como una "apertura de mercado", se convirtió en torrentes en las dos décadas siguientes. A mediados de la primera década del siglo XXI, el capital privado contaba con el 75% de la producción no agrícola. La inversión extranjera, que era casi inexistente antes de 1978, fluyo masivamente veinte años después, llegando a un promedio de 40 o 50 mil millones de dólares anuales para el 2007. China pasó a ser el segundo gran receptor de las inversiones extranjeras del mundo, después de los EE.UU. En China existen 63 mil transnacionales (Nike, Dell, Abbott, Chebron, Alcoa, Amcor, American Amtex, Amoco, Eastman Chemical, Ericsson, Exxon, etc) que operan disfrutando de las prebendas que les proporciona el régimen de Pekín.
Aunque China ha avanzado económicamente (con un promedio de crecimiento anual entre el 12 y el 14%), su crecimiento no se basa en un alto desarrollo de tecnología. Se apoya, en primer lugar, en la explotación masiva de millones de trabajadores. El salario promedio de un obrero chino está entre los 60 y 70 dólares por mes; 0,40 dólares por hora es el promedio en la industria. En segundo lugar, el mísero salario se ha combinado con una inversión capitalista importante, pero con baja tecnología; se calcula un promedio de 50.000 millones de dólares anuales. Algunas cifras demuestran las contradicciones del crecimiento económico chino. Así su PBI global y per cápita sigue siendo bajo. En 2006 en los EE.UU. el PBI total fue de $13.195 millones, el de China llegó a $ 2.645 M, o sea cinco veces menor; pero la mayor diferencia se ve en el PBI per cápita: los EE.UU. gozan de un PBI per cápita de 43.803 dólares, mientras que en China llega a 1.654 dólares, es decir casi 30 veces menos que en los EE.UU. China figura como la sexta potencia económica mundial, pero en el reparto del ingreso por habitante (PBI per cápita) cae al puesto 132, detrás de Samoa y Tonga. Por todo eso, a China se le considera como la gran maquila del mundo al servicio de las multinacionales. China es un gigante con millones de pobres, bajo el férreo control de un gobierno autoritario, que en nombre de un supuesto socialismo cercena los más elementales derechos humanos.
Quienes hoy festejan el triunfo de los atletas chinos como un logro del socialismo, son los mismos ilusos y desinformados que promueven una multipolaridad, basada en la consolidación de otra potencia capitalista: la Rusia imperial de Medvedev-Putin.
Sobran los hechos para demostrar que China no es un país socialista, sino un país capitalista, que se rige bajo las leyes del mercado, exportando sus excedentes de capital financiero a países pobres, tal como lo hace cualquier potencia imperialista. Basta dar sólo algunos datos. En 1998 el sector público abarcaba todavía el 57% de la economía china (excluyendo la agricultura), en el 2001 ya el sector privado superaba al público: 51,8% privado versus 48,2% público, y en el 2007 la propiedad privada ya era del 67%. Si lo medimos desde el punto de vista de la producción la diferencia es aún mayor: Lo que comenzó a principios de los años 80, como una "apertura de mercado", se convirtió en torrentes en las dos décadas siguientes. A mediados de la primera década del siglo XXI, el capital privado contaba con el 75% de la producción no agrícola. La inversión extranjera, que era casi inexistente antes de 1978, fluyo masivamente veinte años después, llegando a un promedio de 40 o 50 mil millones de dólares anuales para el 2007. China pasó a ser el segundo gran receptor de las inversiones extranjeras del mundo, después de los EE.UU. En China existen 63 mil transnacionales (Nike, Dell, Abbott, Chebron, Alcoa, Amcor, American Amtex, Amoco, Eastman Chemical, Ericsson, Exxon, etc) que operan disfrutando de las prebendas que les proporciona el régimen de Pekín.
Aunque China ha avanzado económicamente (con un promedio de crecimiento anual entre el 12 y el 14%), su crecimiento no se basa en un alto desarrollo de tecnología. Se apoya, en primer lugar, en la explotación masiva de millones de trabajadores. El salario promedio de un obrero chino está entre los 60 y 70 dólares por mes; 0,40 dólares por hora es el promedio en la industria. En segundo lugar, el mísero salario se ha combinado con una inversión capitalista importante, pero con baja tecnología; se calcula un promedio de 50.000 millones de dólares anuales. Algunas cifras demuestran las contradicciones del crecimiento económico chino. Así su PBI global y per cápita sigue siendo bajo. En 2006 en los EE.UU. el PBI total fue de $13.195 millones, el de China llegó a $ 2.645 M, o sea cinco veces menor; pero la mayor diferencia se ve en el PBI per cápita: los EE.UU. gozan de un PBI per cápita de 43.803 dólares, mientras que en China llega a 1.654 dólares, es decir casi 30 veces menos que en los EE.UU. China figura como la sexta potencia económica mundial, pero en el reparto del ingreso por habitante (PBI per cápita) cae al puesto 132, detrás de Samoa y Tonga. Por todo eso, a China se le considera como la gran maquila del mundo al servicio de las multinacionales. China es un gigante con millones de pobres, bajo el férreo control de un gobierno autoritario, que en nombre de un supuesto socialismo cercena los más elementales derechos humanos.
Quienes hoy festejan el triunfo de los atletas chinos como un logro del socialismo, son los mismos ilusos y desinformados que promueven una multipolaridad, basada en la consolidación de otra potencia capitalista: la Rusia imperial de Medvedev-Putin.
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