Franelas del Che
Por: Alberto Barrera Tyszka
Eso recuerda I ngrid Betancourt. Que algunos de los hombres que llegaron en el helicóptero vestían franelas con la imagen estampada del Che Guevara. Jamás pensó que venían a rescatarla, que se trataba de una operación de la fuerza pública colombiana.
Ese detalle, esa circunstancia casi venial, ese disimulo, muestra sin embargo el abismo que separa a los gobiernos de Colombia y de Venezuela.
A veces, un pormenor diminuto también es una revelación. Unas camisetas del Che Guevara. Lo que allá es un camuf laje, aquí es un gran espectáculo.
Porque es inevitable el paralelismo con toda la función, diseñada por el Gobierno venezolano hace unos meses, para la entrega de Clara Rojas y de Consuelo González.
Escribo la palabra entrega con exhaustiva deliberación, remarcando cada vocal, cada consonante. Porque ahora sí queda clara la diferencia, ahora sí se entiende qué es en realidad un operativo militar en una guerra, de qué se habla cuando se habla de un rescate.
El despliegue que vimos el 10 de enero pasado luce entonces excesivo, cargado de una teatralidad rimbombante. El presidente Chávez dirigiendo la salida de los helicópteros desde algún punto de los llanos venezolanos; las cámaras de Telesur incrustadas, en todo momento, sobre la respiración de los sucesos; el encuentro cordial con la comisión de la FARC; el protagonismo del ministro Rodríguez Chacín y de la senadora Piedad Córdoba; las declaraciones efusivas de las liberadas, directo a cámara, agradeciendo a Chávez, su único salvador; la llegada al Palacio de Miraflores, con himno nacional y abrazos tan sentidos... Todo esa experiencia luce ahora como una película vieja, llena de efectos especiales que ya no nos sorprenden, que parecen un chiste: Ultraman contra los monstruos del espacio.
En la batalla entre Chávez y Uribe, el Presidente venezolano siempre ha salido derrotado. Quizá ha cometido el mismo error que, internamente, cometieron con él: subestimar al adversario. Probablemente, también, de nuevo, se ha dejado ganar por ese desdén militarista que desprecia cualquier experiencia civil. Lo cierto es que, después de todo lo que ha pasado, Chávez parece chapotear en su propio show mediático, acorralado por los adornos de su espectáculo, sin poder hacer nada frente a la contundencia fáctica de Álvaro Uribe.
No hay manera de darle la vuelta. Fue el Presidente venezolano quien apareció ante las cámaras de televisión, proponiendo un instante melodramático, imaginando que ya tenía al niño Emmanuel entre los brazos, que casi oía su corazoncito bolivariano latiendo aquí, tan cerquita.
Fue el Presidente venezolano quien, en vivo y directo, casi decretó una guerra con Colombia y mandó tanques y batallones a la frontera.
Fue el Presidente venezolano quien se promovió como protagonista esencial del conflicto colombiano. Tanto que incluso, desde Piedad Córdoba hasta la misma madre de Ingrid Betancourt, llegaron a afirmar que Chávez era la única solución posible para la liberación de los secuestrados. Por fin Colombia tenía un Mesías.
Por eso, en el fondo, Uribe le da donde más le duele.
Uribe no le grita "¿Por qué no te callas?". Uribe lo silencia. Sin siquiera mirarlo.
Sin dirigirse a él. Sin tomarlo en cuenta. Lo deja mudo.
Demuestra que Chávez es prescindible. Que la historia, tranquilamente, puede avanzar sin él.
En la mañana del jueves, cuando escribo estas líneas, la única noticia de nuestro primer mandatario es un dicen que dijo. Un comunicado oficial informa que el Presidente llamó a Uribe para felicitarlo. Sorprende un poco que no haya nada más.
Ni un comentario en la tele.
Ni una consigna. Ni una cancioncita para Ingrid. La epopeya mediática de Chávez ya está fuera de tono. Les ofreció una nueva independencia. Aseguró que, en este siglo XXI, todavía nos tocaba liberar a Colombia del colonialismo. Tal vez no sabe que los colombianos tienen sueños más pequeños. Tal vez, Uribe, sin tanta alharaca, pueda finalmente lograr la paz en su país.
Y por supuesto que levanta más de una suspicacia la coincidencial visita del candidato republicano en la hermana república. Por supuesto que Uribe va a aprovechar la situación para, sin ningún pudor, reafirmar su personalismo y su plan de reelección. Así es la guerra.
Así es la política. No pueden venir ahora los Mario Silva y los Alberto Nolia de turno a rasgarse las vestiduras, como sifrinas ingenuas que recién aterrizan descalzas en Latinoamérica. Para ellos, sólo hace falta un por cierto: por cierto, ¿dónde diablos estaba Oliver Stone este miércoles pasado? ¿Acaso Izarrita no le avisó?
Ese detalle, esa circunstancia casi venial, ese disimulo, muestra sin embargo el abismo que separa a los gobiernos de Colombia y de Venezuela.
A veces, un pormenor diminuto también es una revelación. Unas camisetas del Che Guevara. Lo que allá es un camuf laje, aquí es un gran espectáculo.
Porque es inevitable el paralelismo con toda la función, diseñada por el Gobierno venezolano hace unos meses, para la entrega de Clara Rojas y de Consuelo González.
Escribo la palabra entrega con exhaustiva deliberación, remarcando cada vocal, cada consonante. Porque ahora sí queda clara la diferencia, ahora sí se entiende qué es en realidad un operativo militar en una guerra, de qué se habla cuando se habla de un rescate.
El despliegue que vimos el 10 de enero pasado luce entonces excesivo, cargado de una teatralidad rimbombante. El presidente Chávez dirigiendo la salida de los helicópteros desde algún punto de los llanos venezolanos; las cámaras de Telesur incrustadas, en todo momento, sobre la respiración de los sucesos; el encuentro cordial con la comisión de la FARC; el protagonismo del ministro Rodríguez Chacín y de la senadora Piedad Córdoba; las declaraciones efusivas de las liberadas, directo a cámara, agradeciendo a Chávez, su único salvador; la llegada al Palacio de Miraflores, con himno nacional y abrazos tan sentidos... Todo esa experiencia luce ahora como una película vieja, llena de efectos especiales que ya no nos sorprenden, que parecen un chiste: Ultraman contra los monstruos del espacio.
En la batalla entre Chávez y Uribe, el Presidente venezolano siempre ha salido derrotado. Quizá ha cometido el mismo error que, internamente, cometieron con él: subestimar al adversario. Probablemente, también, de nuevo, se ha dejado ganar por ese desdén militarista que desprecia cualquier experiencia civil. Lo cierto es que, después de todo lo que ha pasado, Chávez parece chapotear en su propio show mediático, acorralado por los adornos de su espectáculo, sin poder hacer nada frente a la contundencia fáctica de Álvaro Uribe.
No hay manera de darle la vuelta. Fue el Presidente venezolano quien apareció ante las cámaras de televisión, proponiendo un instante melodramático, imaginando que ya tenía al niño Emmanuel entre los brazos, que casi oía su corazoncito bolivariano latiendo aquí, tan cerquita.
Fue el Presidente venezolano quien, en vivo y directo, casi decretó una guerra con Colombia y mandó tanques y batallones a la frontera.
Fue el Presidente venezolano quien se promovió como protagonista esencial del conflicto colombiano. Tanto que incluso, desde Piedad Córdoba hasta la misma madre de Ingrid Betancourt, llegaron a afirmar que Chávez era la única solución posible para la liberación de los secuestrados. Por fin Colombia tenía un Mesías.
Por eso, en el fondo, Uribe le da donde más le duele.
Uribe no le grita "¿Por qué no te callas?". Uribe lo silencia. Sin siquiera mirarlo.
Sin dirigirse a él. Sin tomarlo en cuenta. Lo deja mudo.
Demuestra que Chávez es prescindible. Que la historia, tranquilamente, puede avanzar sin él.
En la mañana del jueves, cuando escribo estas líneas, la única noticia de nuestro primer mandatario es un dicen que dijo. Un comunicado oficial informa que el Presidente llamó a Uribe para felicitarlo. Sorprende un poco que no haya nada más.
Ni un comentario en la tele.
Ni una consigna. Ni una cancioncita para Ingrid. La epopeya mediática de Chávez ya está fuera de tono. Les ofreció una nueva independencia. Aseguró que, en este siglo XXI, todavía nos tocaba liberar a Colombia del colonialismo. Tal vez no sabe que los colombianos tienen sueños más pequeños. Tal vez, Uribe, sin tanta alharaca, pueda finalmente lograr la paz en su país.
Y por supuesto que levanta más de una suspicacia la coincidencial visita del candidato republicano en la hermana república. Por supuesto que Uribe va a aprovechar la situación para, sin ningún pudor, reafirmar su personalismo y su plan de reelección. Así es la guerra.
Así es la política. No pueden venir ahora los Mario Silva y los Alberto Nolia de turno a rasgarse las vestiduras, como sifrinas ingenuas que recién aterrizan descalzas en Latinoamérica. Para ellos, sólo hace falta un por cierto: por cierto, ¿dónde diablos estaba Oliver Stone este miércoles pasado? ¿Acaso Izarrita no le avisó?
Etiquetas: Rodriguez Chacín
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