Los Malqueridos
POR: ALBERTO BARRERA TYSZKA
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La revolución también es una rocola. Tú lo sabes y te preocupa. A veces, incluso, antes de dormir, justo en el instante en que los párpados se derrumban, te ronda la imagen de esa vieja caja de música, sonando.
Te acorrala un sueño espantoso. Estás dentro de una pesadilla marca duo Pimpinela.
Él te canta, enfurecido "¡Vete!/ Olvida mi nombre, mi cara, mi casa/ y pega la vuelta". Tú no sabes qué hacer, hasta que por fin despiertas, agitado, por supuesto. Te pica la barba, la miopía se te pierde entre las sábanas, la lengua cruje. Miras el teléfono: silencio. Miras la pantalla opaca del televisor: silencio. Pero... ¿Y mañana? ¿Qué pasará mañana? Cuando amanezca, ¿acaso él todavía te seguirá queriendo?
Cuando el presidente Chávez, esta semana, en un acto público y oficial, declaró sonoramente que "Acosta Carlez es un mal ejemplo para la revolución", no sólo estaba convirtiendo la celebración de otro aniversario de la Batalla de Carabobo en un espacio partidista, doméstico y diminuto, sino que estaba, nuevamente, transformando la política en un evento sentimental.
Nunca antes el gobernador de Carabobo había sido un mal ejemplo. Todo lo contrario. Podía abusar del poder, podía desbocarse hasta eructar sonoramente ante las cámaras de televisión, y resultaba divertido, casi un héroe, un modelo a seguir ¿Qué pasó? ¿Cómo tanta magia pudo, de pronto, evaporarse?
Las razones de este divorcio no están en la gerencia administrativa o en algún giro de un debate ideológico. Para nada. Se trata, de nuevo, de un problema de fidelidad, de entrega total.
Acosta Carlez parpadeó ante los deseos del Presidente.
Acosta Carlez dudó, propuso un desacuerdo, casi dijo no.
Como tantos otros. Como Miquilena. Como Baduel. Como Ismael García y los otros dirigentes del partido Podemos...
La lista podría ser infinita.
Ahora que te toca el turno, revisa bien la historia de estos últimos diez años. Toma nota. No te equivoques. Hay que hacer muchos sacrificios para vivir eternamente en una luna de miel.
Porque, también lo sabemos, Chávez entiende la política como un afecto personal.
Cualquier debate se ahoga rápidamente en una única ceremonia sentimental. Una de las acciones revolucionarias más frecuentes, dentro del círculo cercano a Miraflores, debe ser el aguerrido ejercicio de deshojar margaritas: me quiere, no me quiere; me quiere, no me quiere... El Presidente ha construido un caudillismo melodramático. El socialismo del siglo XXI no existe sin él. No es un proyecto político sino un atributo de Chávez. Es una cualidad personal.
Depende totalmente de la relación que establezcas con él. Tienes que quererlo mucho, tienes que complacerlo, tienes que hacer lo que te pida. Sólo de esa manera conservarás su amor. La política es una intimidad pública. La revolución bolivariana, en el fondo, está mucho más cerca de Delia Fiallo que de Carlos Marx.
Por eso, tal vez, uno de los elementos primordiales de este proceso ha sido la cur silización de la vida pública. Nunca antes tuvimos un gobierno tan infantilmente moralista: pretenden que la afectividad sea un método para evaluar su gestión.
Nunca antes el discurso de la gerencia estatal estuvo tan aderezado con la retórica melosa del folletín. Ahora cualquier ministro nos anda declarando su amor en mitad de una rueda de prensa.
Son intensos. Tienen más de un corazón en el pecho. Lo pregonan a cada rato, como si eso pudiera afectar las estadísticas de la inseguridad social o los porcentajes de déficit de viviendas en el país. El chavismo pretende que el amor legitime sus fracasos administrativos.
Somos un desastre pero te queremos tanto.
Los sentimientos y las emociones sustituyen a los argumentos. La polarización es infranqueable justamente por eso: no tiene razonamientos. Vive de sus ansias, se mueve por impulsos. Esta semana, el general en jefe Gustavo Rangel Briceño afirmó que "el socialismo es la vida y si no tenemos vida, entonces lucharemos hasta la muerte para la consecución de los objetivos". En realidad, en estas frases, no hay ni una sola idea. El ministro de la Defensa igualmente hubiera podido decir "dos y tres son cinco", o "gallina chic ken, pollito hen". En términos de sustancia no hay nada, pero en el territorio del afecto está todo. Rangel Briceño está reafirmando públicamente su fidelidad.
Quizás ni siquiera le habla al país. Quizás aquello que parece una feroz amenaza, tan sólo sea una almibarada declaración de amor.
Mírate en esos espejos. O traidor o devoto. De eso se trata. De vivir así, temiendo siempre ser malquerido.
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La revolución también es una rocola. Tú lo sabes y te preocupa. A veces, incluso, antes de dormir, justo en el instante en que los párpados se derrumban, te ronda la imagen de esa vieja caja de música, sonando.
Te acorrala un sueño espantoso. Estás dentro de una pesadilla marca duo Pimpinela.
Él te canta, enfurecido "¡Vete!/ Olvida mi nombre, mi cara, mi casa/ y pega la vuelta". Tú no sabes qué hacer, hasta que por fin despiertas, agitado, por supuesto. Te pica la barba, la miopía se te pierde entre las sábanas, la lengua cruje. Miras el teléfono: silencio. Miras la pantalla opaca del televisor: silencio. Pero... ¿Y mañana? ¿Qué pasará mañana? Cuando amanezca, ¿acaso él todavía te seguirá queriendo?
Cuando el presidente Chávez, esta semana, en un acto público y oficial, declaró sonoramente que "Acosta Carlez es un mal ejemplo para la revolución", no sólo estaba convirtiendo la celebración de otro aniversario de la Batalla de Carabobo en un espacio partidista, doméstico y diminuto, sino que estaba, nuevamente, transformando la política en un evento sentimental.
Nunca antes el gobernador de Carabobo había sido un mal ejemplo. Todo lo contrario. Podía abusar del poder, podía desbocarse hasta eructar sonoramente ante las cámaras de televisión, y resultaba divertido, casi un héroe, un modelo a seguir ¿Qué pasó? ¿Cómo tanta magia pudo, de pronto, evaporarse?
Las razones de este divorcio no están en la gerencia administrativa o en algún giro de un debate ideológico. Para nada. Se trata, de nuevo, de un problema de fidelidad, de entrega total.
Acosta Carlez parpadeó ante los deseos del Presidente.
Acosta Carlez dudó, propuso un desacuerdo, casi dijo no.
Como tantos otros. Como Miquilena. Como Baduel. Como Ismael García y los otros dirigentes del partido Podemos...
La lista podría ser infinita.
Ahora que te toca el turno, revisa bien la historia de estos últimos diez años. Toma nota. No te equivoques. Hay que hacer muchos sacrificios para vivir eternamente en una luna de miel.
Porque, también lo sabemos, Chávez entiende la política como un afecto personal.
Cualquier debate se ahoga rápidamente en una única ceremonia sentimental. Una de las acciones revolucionarias más frecuentes, dentro del círculo cercano a Miraflores, debe ser el aguerrido ejercicio de deshojar margaritas: me quiere, no me quiere; me quiere, no me quiere... El Presidente ha construido un caudillismo melodramático. El socialismo del siglo XXI no existe sin él. No es un proyecto político sino un atributo de Chávez. Es una cualidad personal.
Depende totalmente de la relación que establezcas con él. Tienes que quererlo mucho, tienes que complacerlo, tienes que hacer lo que te pida. Sólo de esa manera conservarás su amor. La política es una intimidad pública. La revolución bolivariana, en el fondo, está mucho más cerca de Delia Fiallo que de Carlos Marx.
Por eso, tal vez, uno de los elementos primordiales de este proceso ha sido la cur silización de la vida pública. Nunca antes tuvimos un gobierno tan infantilmente moralista: pretenden que la afectividad sea un método para evaluar su gestión.
Nunca antes el discurso de la gerencia estatal estuvo tan aderezado con la retórica melosa del folletín. Ahora cualquier ministro nos anda declarando su amor en mitad de una rueda de prensa.
Son intensos. Tienen más de un corazón en el pecho. Lo pregonan a cada rato, como si eso pudiera afectar las estadísticas de la inseguridad social o los porcentajes de déficit de viviendas en el país. El chavismo pretende que el amor legitime sus fracasos administrativos.
Somos un desastre pero te queremos tanto.
Los sentimientos y las emociones sustituyen a los argumentos. La polarización es infranqueable justamente por eso: no tiene razonamientos. Vive de sus ansias, se mueve por impulsos. Esta semana, el general en jefe Gustavo Rangel Briceño afirmó que "el socialismo es la vida y si no tenemos vida, entonces lucharemos hasta la muerte para la consecución de los objetivos". En realidad, en estas frases, no hay ni una sola idea. El ministro de la Defensa igualmente hubiera podido decir "dos y tres son cinco", o "gallina chic ken, pollito hen". En términos de sustancia no hay nada, pero en el territorio del afecto está todo. Rangel Briceño está reafirmando públicamente su fidelidad.
Quizás ni siquiera le habla al país. Quizás aquello que parece una feroz amenaza, tan sólo sea una almibarada declaración de amor.
Mírate en esos espejos. O traidor o devoto. De eso se trata. De vivir así, temiendo siempre ser malquerido.
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